En casi toda la obra de Marina Closs se narran por primera vez historias que ya están narradas desde siempre. Y un poco ese eso es lo que pasa en Tres truenos, el primer libro que la escritora argentina publica en Bolivia de la mano de Dum Dum: tres personajes muy diferentes entre sí rinden cuentas de cómo han llegado a ser lo que son en un mundo al que no terminan de comprender todavía, pero en los tres casos, además, frente a un interlocutor ajeno al que pareciera que acaban de conocer y cuya lengua todavía están aprendiendo a pronunciar.

Literalmente, porque aunque tengan que monologar en castellano, la lengua de Vera Pepa es el guaraní, la de Demut el alemán y Adriana tiene siempre una sensación de sequedad en la garganta que le hace dar tos. Como se ven constantemente obligadas a buscar la palabra justa en una lengua que aparece como nublada y lejana, las comparaciones se vuelven totalmente inusitadas, las comas y los puntos, en lugar de ordenar las palabras, superponen, el aquí y ahora se desordena y todo se vuelve un ritmo desquiciado.

Vera Pepa, por ejemplo, cuenta la historia de su nacimiento invirtiendo la perspectiva de la mirada: “mi primera vez que vi: tenía el monte como un ojo fijo, puesto en frente de mi mirada”.  Demut, su viaje en barco superponiendo al cuerpo y al paisaje: “Le cuento: vinimos en barco. Noches que eran de bailar de novias. Un fantasma, otro fantasma, rocío de altamar. En náufragos y náufragos, nadie decía nada”.  Adriana, lo que ve en el escenario de un teatro, superponiendo lo natural y lo artificial: “Un efecto, es ya de día, el sol sale: aparecen en el fondo de la oscuridad unos focos”.     

Entonces, si bien cada historia es independiente y tiene su mundo y su trama, porque transcurre cada una en un lugar alejado del litoral argentino –selva, chaco, monte, ciudad, periferia-, luego el torrente de la narración se entrecruza en un eco. Las palabras de una se vuelven las de otra y ya no se sabe quién habla, porque todo lo que se oye es una cadencia.

Allí radica, creo, lo que se juega en un libro como Tres truenos: producir esos instantes en los que la ficcionalización de un acto de habla alterado suspende la jerarquía de la referencialidad o el tema y lo que queda es una lengua en común, que se puede usar para hablar de una forma brillante e insospechada sobre cosas de las que supuestamente no se puede hablar, o de las que solamente se puede hablar de una única forma. La misma lengua que también vienen creando otras escritoras de nuestro tiempo y a la que Dum Dum ya ha apostado con la reedición, por ejemplo, de Panza de Burro o Eisejuaz.

Así, en Tres truenos, las historias de incesto, violación, abandono, desamor de madre, explotación, obsesión, (auto)humillación adquieren una cadencia diferente al del dolor y la otredad con el que la lengua más realista de la tradición latinoamericana hubiera narrado la vida de personajes que vienen de la selva y del monte. Y pueden transformarse en algo que todavía no se sabe qué es, que todavía no tiene forma.

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