Las elecciones presidenciales en Estados Unidos muestran el deterioro político que sufre la democracia moderna. La disputa por el despacho oval entre Joe Biden y Donald Trump ha provocado arduos debates entre analistas y seguidores. Lejos de discutirse el rumbo que debe tomar el país, los argumentos en favor de uno u otro candidato se centran en sus historias personales. En el caso de Trump, su difícil relación con la ley y su tendencia a esquivarla. En la vereda del partido demócrata, preocupa sobre manera el estado de salud de su candidato y actual presidente.

El escenario político en Bolivia dista mucho de la realidad estadounidense. No obstante, también está en tela de juicio el sentido de la democracia en su sentido más participativo. Las declaraciones del expresidente Morales dejan claramente en manifiesto su pretensión de volver a la presidencia a como dé lugar. El voto ciudadano no es, para él, impedimento para alcanzar su propósito. Tampoco las leyes o la Constitución. Otro postulante al sillón presidencial, Luis Arce, también se ha mostrado displicente con las reglas del juego democrático. Los impedimentos constantes al proceso de renovación en el poder judicial son buena prueba de ello.

Los llamados a la unidad por parte del bloque opositor son otra muestra más de una democracia herida. Varios de los proclamados precandidatos presidenciales claman una unidad que sólo sería efectiva en torno a ellos. De no ser los elegidos, dejan entrever, no respaldarían la candidatura de sus oponentes. En plano siglo XXI, la madurez democrática que anhelaban los pensadores modernos ha decaído en un personalismo político muy próximo al caudillismo. El ciudadano, para todos estos pretendientes presidenciales, solo cuenta por su voto, si es que de verdad son capaces de respetar la decisión de las urnas.