Opinión
CARA A CARA
27 de agosto de 2024, 17:19 PM
El padre Eduardo Pérez Iribarne se fue de esta vida ayer, a los 80 años. Entrevistó a miles de personas, decía él mismo. Y se declaró militante del culto antipersonalidad, por eso se llamaba así: el hombre invisible, porque consideraba que el ego convierte en monstruos a quienes le rinden pleitesía. Se definía como un obrero y lo demostraba en cada puesta al aire de noticieros, radiales y televisivos. Escuchar sus programas era prepararse para vivir una experiencia diferente cada día, porque buscaba que los hechos calen en las personas y que se comprendan con todos los sentidos.
Maestro de periodistas, hombre agudo con los políticos, empresario de la comunicación. Muchas facetas en un hombre. Jesuita él. Llegó a Bolivia en 1968 y empezó a trabajar en Radio Pío XII, donde el padre Gregorio Iriarte le abrió las puertas. En un breve discurso, pronunciado en su último cumpleaños, dijo que Radio Fides fue un sueño y se consolidó como un proyecto, le entregó su vida. Comenzaba al amanecer y cerraba su participación al caer la tarde con El hombre invisible.
Como pocos saben hacerlo, se retiró a los 77 años y, si bien seguía palpitando con el latido de Fides, supo dejar el espacio para quienes lo sucedieron. En cambio, se casó con un hospital que construyó en El Alto, al que también le daría alma, vida y corazón.
El padre Pérez se ha marchado físicamente, pero su legado es eterno. La huella del periodista es imborrable para los bolivianos y mucho más para los periodistas honestos como él.