Las largas filas de vehículos esperando turno en los surtidores ha sido una de las imágenes de la semana. La escasez de combustible ha despertado la desesperación de miles de conductores que por horas (y noches) se han visto obligados a aguardar para repostar sus tanques. Las filas han sido motivo de mofa y burla en las redes; pero, en la realidad, los ánimos caldeados de la gente han mostrado el límite en el que vivimos como sociedad.

En un marco de necesidad como el que vivimos, se abre paso el espíritu celebrativo. O como dice el viejo refrán: “al mal tiempo, buena cara”. Durante las largas horas aguardando la llegada de combustible se generaron divertidos encuentros inesperados: los que jugaban loba o cacho en un intento por distraerse, más allá no faltaba quien hacía uso de su locuacidad para entretener a su pequeño e improvisado auditorio con los relatos de una vida cargada de sorpresas. Los más impacientes revisaban una y otra vez sus teléfonos en busca de información sobre el volumen de combustible que almacenaba cada surtidor mientras comentaba con los cercanos la posibilidad de saltarse a otra fila que, según entendía, avanzaba más rápida.

Queda encauzar la molestia ciudadana madurada por semanas de incertidumbre. A la escasez de dólares, el irregular abastecimiento en mercado, la falta de combustibles se suma ahora el irracional bloqueo que asfixió a ciudades y agujereó los pocos ahorros de miles y miles de familias. El malestar de los ciudadanos aguarda su momento para expresarse de manera contundente. ¿Será quizás mediante la papeleta electoral?