POR: Jorge Richter Ramírez - Politólogo 

Existen palabras con cualidades sempiternas, esas que pareciese que no agotan, que se prueban para explicar todas las circunstancias y a las cuales se le extraen inacabadas extensiones de significación. Son palabras/conceptos de aceptación trascendida, aplicables a campos analíticos diversos, transversales a las especificidades de aquello que puede ser social como político o económico. Crisis, es uno de esos vocablos de asombrosa ductilidad.

Recurrida habitualmente, la palabra crisis caracteriza los tiempos más inveterados de la evolución de los Estados y de las sociedades. Ocurre lo propio en nuestro discurrir histórico. Cada inicio de año es un comenzar reflejando las crisis que nos gobiernan, un largo listado de lo que está en el hervidero cotidiano.

Crisis es una palabra que se inserta dentro de lo que hoy se denominan significantes vacíos; sin duda es un concepto clave, polisémico, que expresa una disparidad de ideas y asociaciones mentales que nos invaden la imaginación cuando alguien la pronuncia. En el pensamiento rápido del que habla Kahneman, ese que es intuitivo, súbito, precipitado y brusco, el eco de la voz crisis construye una imagen inmediata e inconsciente de un mal momento, de confusión y desconcierto, de inestabilidad, de crispaciones sociales y precaria o ninguna estabilidad política, económica o institucional, de intolerancias y polaridades. Crisis, que es una palabra inglesa que fue recogida del latín y a su vez del griego krisis, expresa una coyuntura de cambios, de incertidumbres, de reflexión, de juzgar, de decisiones y resoluciones también. Esto revela el porqué de forma constante e invariable, referimos que Bolivia está en crisis. 

Bolivia es como un espacio habitual y normalizado de noticias y debates inaplazables, todos urgentes y todos necesarios, coligados a temáticas fundamentalísimas y propias de nuestra complejidad sociopolítica. Democracia, democracia intercultural, inclusiones de género, de representación política, de derechos, de participación y de voces que estaban apagadas. De políticas, de identidades, de pobreza, de igualdad y violencias diversas. De resistencias en los espacios patriarcales y oligárquicos, de reflexiones sobre el accionar del capitalismo, de ese capitalismo caníbal del que habla Nancy Fraser, y de estatismos y mercado.

Crisis es, entonces, un tiempo de reflexión para decidir qué hacer y hacia dónde ir. Cuando los Estados, sus sociedades y la política transitan un período de crisis que va asolando la esperanza popular y social, ya lejos de la mirada y del entendimiento de la necesaria reflexión, convocan a espacios de diálogo, de construcción de consensos. Sin avergonzamientos se dialoga cuando no se piensa igual. Es inútil forzar algo con afirmaciones como “tenemos muchas coincidencias” para después hablar sin escucharse, oír sin atender, o lo que es igual, dialogar sin resolver lo que nos separa y nos es urgente.

El diálogo gobierno/empresarios fue necesario, pero estuvo acotado por lo reducido de los actores. Esta nuestra crisis se reflexiona y se soluciona con un número mayor de representantes. La puesta en escena del “Diálogo por la Economía” quedó incompleta pues faltaron los actores políticos que posibilitan se genere la gobernabilidad imprescindible en la Asamblea Legislativa. La empresa privada como gestor de créditos internacionales y operador político que persuada a asambleístas para la aprobación de créditos allí rezagados es un anuncio desesperanzador, pues no está en sus capacidades ni en sus facultades semejante cometido. Buena voluntad y ánimo de colaborar tienen, pero la política, siempre sinuosa, hace unos cálculos que ellos desentienden.

El diálogo se detuvo en lo transitorio de la crisis, en una revisión de temáticas de preocupación coyuntural. Lo estructural no fue abordado porque se entrecruza con lo electoral y las internas de poder partidario. Lo estructural es lograr que el Estado nuevamente disponga de un acceso normalizado a la divisa norteamericana para que, de esa forma, sea posible ordenar la provisión suficiente de diésel que el país requiere para su actividad industrial y productiva. Carestía de dólares e irregulares entregas de combustible prolongarán esa crisis interpretada como aquello que no consigue solucionarse.

Los resultados del diálogo expresados en 17 puntos/compromisos, a lo que se agrega el encuentro del gabinete agropecuario por la economía y la producción realizado en Santa Cruz con tres puntos comprometidos, aunque no publicitados en detalle, muestran que el diálogo no concluyó en aquello que hubiese convertido la iniciativa en algo trascendental para el momento de crisis: la voluntad de un Acuerdo Nacional amplio que reconstruya la legitimidad gubernamental y otorgue gobernabilidad legislativa, requisitos indispensables para reencauzar la economía en cada uno de sus componentes de criticidad.

En el balance último, todo lo ocurrido en la semana de los diálogos giró en torno a las sensaciones del tiempo: unos sienten que perdieron su tiempo, otros que ganaron algo de tiempo y el país, que aún no encuentra su tiempo. Cantaría La Lupe, esa cubana mágica, falsedad bien ensayada, estudiado simulacro.