La economía boliviana enfrenta una crisis que demanda decisiones por parte del gobierno. La escasez de dólares y diésel ha puesto en jaque a diversos sectores productivos, revelando las debilidades de nuestra economía. Ha llegado el momento de ajustar los problemas que ellos mismos causaron. Para superar esta crisis, es esencial implementar reformas que aborden los problemas de fondo: los gastos corrientes desmedidos, el déficit fiscal crónico y la falta de medidas estructurales para mejorar la productividad y competitividad del país.

Uno de los mayores problemas que enfrentamos es la escasez de dólares. Las reservas internacionales del Banco Central de Bolivia (BCB) han caído drásticamente, afectando la capacidad del país para importar bienes esenciales, incluyendo combustibles. Las reservas internacionales netas han disminuido a menos de $us 1.796 millones, lo que representa un nivel alarmantemente bajo. Esta situación es consecuencia directa de la reducción de ingresos por la exportación de gas y minerales, sumada a una política fiscal que no se ha ajustado a esta nueva realidad.

El déficit fiscal es un problema que arrastra el gobierno desde hace más de una década. Con 11 años consecutivos de déficits fiscales, en un promedio del 8% del PIB, el gobierno ha estado financiando su gasto corriente mediante la emisión de moneda y el uso de las reservas internacionales. Solo en el último año, la oferta monetaria en bolivianos se incrementó casi en un 18%. Esta política ha llevado a un desbalance entre la cantidad de bolivianos y la disponibilidad de dólares, resultando en una presión inflacionaria y una devaluación en el mercado paralelo.

Para corregir este desequilibrio, el gobierno debe implementar una serie de medidas. En primer lugar, es necesario reducir los gastos corrientes, que representan una gran parte del presupuesto del Estado. Esto implica recortar gastos innecesarios y reestructurar la administración pública para hacerla más eficiente. La corrupción y el mal manejo de los recursos son problemas endémicos que drenan las arcas del Estado y socavan la confianza de la ciudadanía.

Además, es crucial reducir el déficit fiscal. Para ello, se debe realizar un ajuste en el gasto público y mejorar la recaudación tributaria sin ahogar al sector productivo. Esto puede lograrse a través de una reforma tributaria que se enfoque en disminuir los impuestos para incentivar la no evasión fiscal a la larga se ampliaría la base tributaria que se traduce en mayores ingresos, esto de la mano en fomentar la inversión privada y la creación de empleo, lo que requiere un entorno de mayor seguridad jurídica y menores trabas burocráticas.

La diversificación de la economía es otro aspecto fundamental. Bolivia no puede seguir dependiendo exclusivamente de la exportación de materias primas. Fomentar la industrialización, apoyar a las pequeñas y medianas empresas, y promover sectores como el turismo y la tecnología puede generar empleo y reducir la dependencia de las exportaciones tradicionales. Para ello, se deben eliminar los cupos a la exportación y liberar la importación de insumos y tecnología necesarios para aumentar la productividad.

Finalmente, es fundamental promover un clima de estabilidad y confianza. La incertidumbre política y la falta de consenso entre los actores sociales y económicos han sido un obstáculo para el desarrollo del país. Las instituciones del país deben liderar un proceso de diálogo y concertación nacional. Solo con unidad y un compromiso común podemos superar esta crisis y construir una economía más fuerte y resiliente.

Que no quepa duda, ha llegado el momento de ajustarse, y el gobierno debe ser el primero en dar el ejemplo. Las medidas necesarias pueden ser impopulares y difíciles de implementar, pero son las correctas y esenciales para asegurar el futuro del país. Les toca arreglar, lo que por años vienen destruyendo. La gasolina de su supuesto “exitoso” modelo económico llego a su fin.