Intentaba acompañar las canciones, pero se me quebraba la voz. La celebración del cumpleaños 73 de Charly García lo hizo un canal de streaming argentino, invitando a cantantes de diferentes universos musicales. La conducción del evento no estuvo particularmente bien ejecutada, seguramente por el formato mixto, transmisión en vivo de un show musical con presentadores, y es por eso que el valor periodístico lo habría dado el clima emocional del Coliseo Teatro de Buenos Aires, no las canciones recreadas, recordadas, o la interpretación muy especial de cada artista, atmósfera que vaya a saber hasta qué confines llegó gracias a internet, sabiendo claramente que al menos hasta mi lugar lo había hecho, con contundencia.

La cosa es que hace muy poco Hilda Lizarazu, ex corista de Charly, había lanzado un disco con canciones de él, y hace semanas, él mismo presentó uno nuevo (La lógica del escorpión) en acontecimientos que seguí en tiempo real, lo que sumado al hecho no menor de que Charly no estaba presente en el lugar, no debieron desencadenar en esa inesperada, y en apariencia exagerada, emotividad reinante, campante.  

Pero el fenómeno de la voz quebrada al tratar de cantar las canciones versionadas, también ocurría en la gente presente en el teatro y también en los que enviaban mensajes desde Budapest y en los mismísimos presentadores y de repente por eso sus desacoples para conducir mejor. Gritar, bailar y saltar puede ser común, pero llorar en masa, realmente no, una violinista se secaba las lágrimas mientras dejaba de tocar, una adolescente lo mismo. Muy real algo tan surreal.

Así, el clima de gotas de lluvia y nubes espumosas se trasladó al auditorio físico y virtual, es decir lágrimas y burbujas en la garganta, como otro regalo que Charly nos hacía en el día de su cumpleaños. Tanta cantidad de melodías, entre magistrales y hermosas, y letras, entre asombrosas y crudas, no es muy necesario recordar en esta especie de inocultable, incontenible, opúsculo, sino dar fe de lo otro. Por ejemplo, esperé como una hora para intentar de nuevo acompañar alguna canción, pero de nuevo el aliento cortado, ridículo, absurdo.

La última vez que lo vi “tocando el piano como un animal” (dos al mismo tiempo), fue en Sucre en 2002, y conociendo sus hábitos, lo seguí al bar donde haría el after show, dato que no pretende ser presuntuoso (o sí) sino utilitario, para señalar facetas suyas de una fuente directa: le tomé fotos a pesar de la prohibición, condición suya y del local, y me acerqué clandestinamente a su mesa en la que me tuvo que firmar tres servilletas, porque se rompían con el lapicero hasta que alguien encontró un marcador para que, con un previsible o característico mal humor, escribiera de nuevo su firma, que era (es) el logo de “Say no more” (nombre y concepto de un disco que esta noche de homenaje por su cumpleaños, todos lucían en un brazalete). Regalitos que desconoce, pero que existen, existenciales.

Dijo alguien que Charly enseñó que los hombres podían pintarse las uñas y cruzar las piernas al sentarse, tener gestos afeminados y rudos al mismo tiempo, sin dejar de ser varones. Por eso recreativa, pero funcionalmente, traigo el verso de una canción suya que viene al cuento: “yo nací para mirar lo que pocos pueden ver”, y de los tantos, ojalá este nos (les) explique o acerque mejor a la dimensión de su genio, ingenio. Un poco bastante en medio de tanta nada. Lo del 2002 lo volví una especie de crónica que me publicó este diario. Hoy repito el ejercicio con el mismo título y que, pudiendo (debiendo) ser más extenso, lo termino porque seguramente Charly me diría pará flaco, say no more.