Sara Yoshino Otsuka/Psicopedagoga

Calidad es una palabra que hace referencia al conjunto de características y criterios para estimar el valor de algo. Al trasladar este concepto al ámbito educativo inmediatamente nos traslada a un análisis de la emisión de juicios de valor relativos a la forma de cómo se lleva a cabo el proceso de enseñanza-aprendizaje para el logro de resultados valorados como efectivos por la sociedad.

La efectividad de un proceso formativo, validado por la sociedad, tiene relación con la pertinencia. Los expertos afirman que un proceso de enseñanza-aprendizaje sin pertinencia, es vano. Con respecto a este tema se presentan verdades extremas referidas a la calidad educativa; ambas postulan la pertinencia como un indicador de la calidad.

Desde una visión holística milenaria, la calidad educativa consiste en la formación de seres para mejorar el mundo y transformarlo; es decir, hablamos de calidad educativa en función de la pertinencia del proceso formativo a las necesidades, características y requerimientos del ser que aprende para cambiar su entorno mediato e inmediato.

Por otro lado, desde una visión contemporánea, la calidad educativa se orienta al desarrollo de competencias profesionales para enfrentar situaciones diversas en su campo laboral; es decir, busca asegurar la empleabilidad. Desde esta perspectiva, la tasa de empleabilidad es un indicador de calidad, cumpliendo, además, con estándares avalados por agencias de acreditación de la calidad nacionales e internacionales; o sea, estamos hablando de calidad educativa en función de la pertinencia a las demandas sociales para satisfacer el mundo del trabajo.

Éstas son visiones cuyo antagonismo puede resultar extremo; sin embargo, llegan a un consenso o, más bien, equilibrio. Tal como expresa Hermes Trismegisto, en la obra “El Kybalión: las doctrinas herméticas del antiguo Egipto y Grecia:“…los extremos se tocan; todas las verdades son verdades a medias; todas las paradojas pueden reconciliarse”.

Es indiscutible que los mejores programas formativos son los más variados ya que no proponen un único modo o forma de desarrollar el proceso de enseñanza aprendizaje, sino que aceptan diferenciaciones acordes con las necesidades del ser que aprende y a la vez respondiendo a las demandas sociales. Esto es una prueba más de que, en educación, así como en la vida, los extremos no nos llevan lejos y que es sabio combinar posturas sin centrarse en una sola.

Centrarse en el ser que aprende sin considerar lo que el mundo del trabajo demanda, o viceversa, centrarse en las demandas sociales sin tomar en cuenta las demandas del estudiantado, es como intentar mirar con un solo ojo coartando la visión de la totalidad.

Parafraseando a David Sant, en el ámbito educativo “encontraremos hermosas contradicciones, como polos opuestos, pero que irremediablemente se atraen”. Por ello, es importante diversificar metodologías de enseñanza con variadas experiencias de aprendizaje, proponer recursos didácticos igualmente diversos (físicos y digitales), desarrollar un proceso de evaluación continuo y formativo, retroalimentar de forma permanente, utilizar herramientas tecnológicas, promover la investigación científica, la interacción con la comunidad, entre otros aspectos, para un aprendizaje significativo en el que el estudiante aplica los saberes (teóricos, conceptuales, procedimentales y actitudinales); en otras palabras, aprende haciendo.

Un profesional que es capaz de resolver situaciones diversas durante el ejercicio de su profesión con efectividad y eficiencia, refleja una formación de calidad.

Por lo anteriormente descrito, podemos corroborar que la pertinencia como indicador de la calidad, es el punto de encuentro y de equilibrio entre ambas posturas, es el punto de reconciliación entre dos verdades extremas con hermosas contradicciones para alcanzar un mismo propósito: calidad educativa.