Rolando Tellería A.​

En esta coyuntura histórica urge, y es crucial, para el futuro de las próximas generaciones, salvar a Bolivia de Morales.

El infortunio de Bolivia con sus gobernantes, es un rasgo esencial de nuestra historia. Entre esos males gobernantes, sin embargo, el más nefasto, fue Evo Morales. Es también, vean el infortunio, el que más tiempo permaneció en el poder. Después de los últimos episodios donde se lo involucra en actos pervertidos y sombríos, es de terror pensar que vuelva al poder.

El que en principio parecía ser un buen gobernante, poco después, con el tiempo y la descomunal concentración de poder, acaba enfermo padeciendo el “síndrome de hubris”, la patología del poder. Ya, en el 2011, había observado, en sus discursos y otros impulsos, aquella inexorable tendencia que señala el sociólogo Robert Michels, de que el poder transforma a las personas, peor aún si existe concentración y una exposición prolongada.

En esa perspectiva, sostenía que el poder, y esa fatal concentración, habían transformado aquel humilde aimara y líder cocalero, que toma el poder el 22 de enero del 2006, prometiendo una transformación radical en la forma de hacer política. Sin embargo, años después, cambio profundamente esa opinión inicial. El poder no transformo a Morales. El poder develo su naturaleza perversa. Fue el poder que puso de manifiesto esa su intrínseca esencia.

Sobre si el hombre nace bueno y es la sociedad la que lo “degenera”, se ha escrito mucho. Rousseau y Kant, sostenían que el hombre es bueno por naturaleza y es la sociedad la que lo corrompe.  A su vez, se ha escrito mucho también, sobre la naturaleza egoísta y esencia maligna del hombre. Entren los más relevantes, en esta corriente, se encuentran Nicolas Maquiavelo, el padre de la Ciencia Política moderna, y Thomas Hobbes, precursor del Estado moderno. Ambos, afirman que el hombre es malo y egoísta por naturaleza y que actuara siempre en función de sus intereses.

Añadamos ahora, a ambas posturas, el factor poder. ¿Qué ocasiona el poder en las personas? ¿Los transforma o devela su verdadera naturaleza?

Pues bien, en el caso de Morales, al principio todo parecía indicar que gradualmente el poder iba fraguando una profunda metamorfosis en su personalidad. El ejercicio y la concentración de poder, ejercieron una perniciosa influencia. Las loas y adulaciones que recibía de su feligresía y sus incondicionales seguidores, endiosaron al caudillo. Lo compararon incluso -entre ellos García Linera- con “Jesucristo resucitado”. Luego, se sintió insustituible, convencido de que puede ser presidente eterno, desafiando incluso a las leyes de la naturaleza. Al principio, siguiendo las elucubraciones de Michels, pensábamos que el poder había transformado a Morales. Esto se reflejaba en la excesiva vanidad, arrogancia y ambición de poder. Ya no era aquel “humilde” cocalero. El poder lo había trasformado al peor lado de su naturaleza.

Sin embargo, a la luz de los acontecimientos y la revuelta popular que lo aleja del poder en noviembre del 2019, mi valoración cambia radicalmente. Estaba, como sostuve en una columna de la época, “espantosamente equivocado”. Fue el poder, más bien, el que develo su intrínseca naturaleza maligna. Nunca había sido bueno, ni el poder lo cambio; es malo por naturaleza.

El 2019, acorralado por las circunstancias, de manera absolutamente inesperada, por la “revuelta popular” que se produce en las calles, abruptamente, debe dejar el poder. Aferrándose todavía a la posibilidad de recuperarlo, pues su renuncia debía ser momentánea, ejecuta una macabra estrategia. Provoca un espeluznante vacío de poder. En la línea de la sucesión constitucional, obliga a renunciar a todos. El vacío de poder tenía un objetivo: propiciar caos y violencia extrema, con mucha sangre de por medio, para retornar en hombros al poder. Para recuperarlo, intento “incendiar” el país., pretendiendo volver como el único “salvador”. En ese marco, utilizo, movilizo y sacrifico, a sus grupos de choque en Sacaba y Senkata con la idea de provocar muertos y contar con una bandera de lucha. Esas muertes, dicho sea de paso, son de su directa responsabilidad.

Vean como el poder develo sus más despiadadas miserias. Vean el trato que le dio a su ex pareja y al hijo de ambos. A este último, lo hace desaparecer. Nadie sabe el paradero de Ernesto Fidel. Se esfumo sin acta de defunción.

Los últimos episodios, aunque ya eran vox populi, revelan otra faceta pervertida. Una perversión, incluso mayor, a la que tenían los más degenerados emperadores romanos. Ahora, a todas estas miserias, habría que añadir la cobardía que tiene al tratar de evadir a la justicia. Otra vez, apelando a sus grupos de choque, con inhumanos y deplorables bloqueos (con muertes de por medio, Quintana, dixit) pretende negociar impunidad, frente a los terribles delitos que se le acusa.

¿Como un individuo se esa naturaleza puede volver al poder? No es posible que otra vez, Bolivia sea gobernada por un depravado y pervertido. Alguien tiene que librarnos de semejante maldición.

En el campo de la oposición no se vislumbra ningún líder ni fuerza política con esa capacidad.

En las circunstancias actuales, el que tiene capacidades reales de salvar a Bolivia de Morales, es Arce Catacora. En sus manos esta está ineludible responsabilidad histórica.