Hace tiempo largo que los cruces de las rotondas y principales avenidas de Santa Cruz de la Sierra, se han convertido en puntos de concentración de una cada vez mayor de adultos y menores de edad, que acuden y se concentran allí buscando la manera de ganarse el sustento diario. A los limpiavidrios, vendedores de frutas y otros productos, se suman músicos, malabaristas y tragafuegos entre los que se observa a gente venida de otras latitudes y a muchos niños que corren el riesgo de ser atropellados cuando, en procura de la caridad del prójimo que se traduzca en la entrega de una moneda, se acercan a los vehículos a punto de arrancar, sin noción del riesgo para su integridad física que corren al hacerlo.

El drama mayor lo representan personas de avanzada edad o que acusan severos impedimentos físicos y que utilizando muletas o postradas en sillas de ruedas, se desplazan entre el raudo y cercano paso de cientos de motorizados. Lo hacen incluso soportando las inclemencias del tiempo, entre el frío o el calor intenso, por recibir una pequeña ayuda económica de sus semejantes para paliar sus más apremiantes necesidades, como la de llevarse algo a la boca que les permita mitigar el hambre, aunque sea pasajeramente.

 Son éstas, entre muchas otras, estampas lacerantes del abandono que se registran cotidianamente y a la vista en la urbe cruceña, donde se han extendido los cinturones de pobreza y la marginalidad que constituyen el caldo de cultivo para diversos conflictos sociales.

Hemos comentado una y otra vez que la presencia cada vez más notoria de niños en las calles es una muy mala señal por los riesgos potenciales que para ellos, a muy tierna edad, acarrea.

Con carácter prioritario, el caso de los menores de edad y de aquellas personas con impedimentos físicos viviendo en estado de virtual abandono en las vías públicas de la ciudad capital más poblada e importante del país, amerita de sus instituciones y autoridades competentes, hacer algo al respecto y aplicar alguna medida eficaz de protección que, al menos, mitigue el drama estremecedor que les toca vivir a un número cada vez mayor de ciudadanos, aparentemente librados a su triste suerte y sin que nadie vea por ellos.

En una coyuntura de profunda crisis económica como la que atraviesa el país en su conjunto, sin que se avizore una salida en el corto o mediano plazo, es de complejas aristas el problema de connotación social como el expuesto en esta columna de opinión. Los cruceños, reconocidos por su solidaridad y dotados de una sensibilidad indesmentible, no nos podemos quedar de brazos cruzados. Algo siempre es posible hacer por quienes sufren sin hallar al menos consuelo o recibir un gesto de conmiseración de sus semejantes, en su desventurada existencia terrenal. Que cerrar los ojos y actuar con fría indiferencia, no sean la respuesta frente a un lacerante drama humano que es muy visible y de todos los días en nuestro abigarrado y diverso vecindario.