Cuando tenía siete años, escuché a mi madre decir a una de sus amigas que cumpliría treinta años al día siguiente. Pensé dos cosas cuando la escuché: nunca antes había advertido su cumpleaños y, no recordaba que ella hubiera recibido nunca un regalo por esa fecha. Pues bien, quería hacer algo al respecto.

Fui a mi habitación, abrí mi alcancía y tomé todo el dinero. Caminé hasta la pequeña tienda al lado de mi casa y le dije al dueño que deseaba comprar un regalo de cumpleaños para mi madre. Me enseñó todo lo que había en su tienda por un valor de Bs 5.

Había adornitos de cerámica que a mi madre le hubieran encantado, pero ya tenía muchos y era yo quien debía limpiarlos; así que no. Había unas cajas de caramelos, pero mamá era diabética. Tampoco.

Lo último que me enseñó el tendero fue un paquete de pinzas para el cabello. Mi madre tenía un hermoso cabello negro y largo, y dos veces a la semana lo lavaba y rizaba con pinzas. Cuando las retiraba, parecía una actriz de cine con sus bucles largos y oscuros cayendo en cascada sobre sus hombros. Decidí que aquellas pinzas serían el regalo perfecto. Pagué y me llevé a casa las pinzas y las empaqué.

A la mañana siguiente, cuando mi familia se encontraba en la mesa del desayuno, me dirigí a mi madre, le entregué el paquete y le dije: “Feliz cumpleaños, mamita”. Ella permaneció muda de asombro. Luego, con lágrimas en los ojos, rompió la envoltura y, cuando llegó a las pinzas, lloraba. “Lo siento, mamita. No deseaba hacerte llorar. Solo quería que tuvieras un feliz cumpleaños”. “Oh, cariño, estoy feliz”, dijo. “¿Sabes que éste es el primer regalo de cumpleaños que he recibido en toda mi vida?”. Luego me besó en la mejilla.

Y empezó a mostrar su regalo a todos y cuando salió del comedor, mi padre me dijo, que ellos, de niños, no tenían dinero para darse el lujo de darse regalos, pero que yo había sentado un precedente en la familia.

Pasaron los años y seguimos haciendo regalos a mamá, cada vez mejores. Cuando cumplió 50, le regalamos un anillo de diamantes. Al acabar la fiesta, yo me quedé a limpiar la casa y, escuché a mi madre decirle a mi padre, que era feliz, pero el mejor regalo de su vida, fueron unas pinzas para el pelo.