Con sus herramientas a cuestas recorren largas distancias y conocen el terreno mejor que nadie, abriéndose paso por lugares de difícil acceso. Los bomberos forestales comunales se enfrentan nuevamente a incendios de gran magnitud para defender sus bosques, a sus familias y a la fauna.

Estos héroes anónimos forman parte de las brigadas que combaten las llamas en primera línea. Juanito Cuéllar, de 52 años, es bombero voluntario desde hace 17 años y comanda las cuadrillas de bomberos comunales de la Central Indígena Chiquitana Amanecer Roboré (Cichar), conformadas en 2019. Está al mando de ocho cuadrillas, con más de 300 hombres.

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​En pleno trabajo de liquidación de fuego

Vive en Santiago, en el corazón de la Chiquitania, cada vez más amenazada por el fuego. Señala que este año, los incendios comenzaron temprano, y ya llevan un mes luchando contra el fuego que aparece por todos lados. El clima extremo, con sequías y heladas, ha dejado sin agua a la región, complicando aún más el control de las llamas. "El viento es nuestro peor enemigo porque aviva las llamas y reactiva el fuego que ya hemos controlado", dice Juanito.

Las brigadas comunales siempre han sido la primera respuesta contra el fuego, pero hora están más capacitadas y organizadas. Son los guías para todas las cuadrillas porque conocen la zona. "Antes el trabajo era más empírico, ahora sabemos manejar equipos, celulares y navegar por internet. Los conocimientos están complementados con los dispositivos", explica.

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​"El jaguar siempre nos acompaña", dice Juanito al mostrar imagen con las huellas 

Si embargo, pese a mejoras en la organización y el equipamiento, siempre hace falta más personal para los relevos en situaciones extremas, como las que están viviendo. "Con la sequía y las heladas no hay agua, y eso hace más difícil el control", comenta Juanito mientras observa a sus compañeros prepararse para otra jornada extenuante.

La jornada de un bombero forestal es una prueba constante de resistencia y valentía. "Lo normal es recorrer largas distancias cargados. Muchas veces caminamos tres, cinco o hasta 15 kilómetros con la mochila de agua en la espalda, que pesa 25 kilogramos. Llevamos guantes, comida, agua y el equipo de protección personal, además de un machete", relata Juanito. Este esfuerzo físico incesante ha llevado a las cuadrillas a trabajar de noche y descansar durante el día, dejando solo una cuadrilla para el monitoreo diurno.

El momento más duro llega con la liquidación del fuego, cuando deben caminar entre la destrucción, pisando cenizas con ondas expansivas a cada paso.  Las mochilas con agua son sus armas principales contra las brasas que quedan entre la ceniza y los troncos a medio arder. "El desgaste físico por el calor se refleja en calambres, no por falta de agua, sino por el cansancio", dice Juanito. Para combatir la pérdida de minerales, todos han aprendido a preparar sueros caseros con sal y azúcar.

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La planificación es crucial en este trabajo peligroso. "Observar, escuchar y comunicar es la regla para todos. Si hay un alambre, se pasa la voz de que hay ese peligro, para que todos sepan", explica Juanito mientras dirige a su equipo. Las lenguas de fuego y la caída de ramas son amenazas constantes, pero la misión de proteger los pulmones verdes de la Chiquitania, hogar de jaguares y otros animales silvestres, les da la fuerza para seguir adelante.

Cada vez que logran salvar a un animalito atrapado entre las brasas, sienten que su esfuerzo vale la pena. "Siempre nos acompaña el jaguar, porque encontramos sus huellas", dice.

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​Juanito en el centro, junto a sus compañeros

El compromiso de Juanito con su comunidad y su entorno es compartido por su familia. Su esposa, maestra y voluntaria, su hijo, sobrino y cuñado, todos son bomberos forestales. Esta entrega familiar es un reflejo del espíritu colectivo que impulsa a estos guardianes del bosque a enfrentar, día tras día, las llamas que amenazan su hogar. La batalla es ardua, pero la determinación de proteger su tierra y su gente nunca se apaga.

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