Los relojeros se inspiraron en una antigua leyenda francesa y así rompieron una de las reglas vigentes para escribir los números en clave romana. Por eso, en el reloj del Palacio de la Glorieta no existe el IV; allí se ven cuatro unos, por así decirlo (IIII). Esa misma nomenclatura se aprecia en la torre de la Catedral Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe, en Sucre, la capital de Bolivia.

Sucedió en 1370, cuando el rey Carlos V de Francia ordenó fabricar un reloj para el castillo donde residía. Cumplido el encargo, el fabricante le mostró el resultado de su trabajo, pero el monarca lo rechazó, no aceptó que parte de “su divinidad” esté reflejada en ese artefacto terrenal. “El rey nunca se equivoca”, alegó el soberano ante la explicación gramatical del relojero. De este modo, el cuatro que aún está en la torre del Palacio de la Cité, en Francia, quedó como un ‘IIII’ que también se aprecia en Sucre.

Los guías del Palacio de la Glorieta también comentaron que existen otras teorías, incluso más antiguas, respecto a esta nominación, pero optaron por rescatar el pasaje histórico francés durante la visita que hizo EL DEBER en el contexto de la campaña ‘Sucre, mi locura’, una inédita alianza que logró la Gobernación de Chuquisaca, la Alcaldía de la capital y la Federación de Empresarios para reactivar el turismo en esa región.

La construcción de la casona, una de las joyas arquitectónicas más importantes del país, demandó casi ocho años de trabajo y una inversión que pudo llegar a los $us 7 millones de la actualidad. La obra se entregó en 1897, 14 años después de la Guerra del Pacífico, cuando el primer ferrocarril a Antofagasta ya había cumplido dos décadas llevando la producción de Huanchaca, la mina insignia que marcó la era de la plata en los años de la infancia de Bolivia.

De hecho, los dueños de semejante edificio estaban vinculados con esa explotación argentífera. Recibieron el título nobiliario de Príncipes de la Glorieta de manos del mismo papa León XIII. El texto de esa bula se puede leer al comenzar el recorrido por el palacio. Dura entre 30 y 45 minutos, “incluso más, si surgen preguntas y comentarios de los visitantes”, apuntó uno de los anfitriones.

Ellos eran Clotilde Urioste y Francisco Argandoña, los príncipes que formaron un hogar en Sucre, aunque no con hijos propios. Construyeron un orfanato que llegó a albergar a más de 100 niños y fue esa obra la que conmovió al pontífice. “Asilo e instrucción a la orfandad” se lee en el escudo familiar que aún está en el comedor principal del viejo edificio.

La directora departamental de Turismo de Chuquisaca, Roxana Acosta, señaló que el palacio es uno de los atractivos más importantes de Sucre; el destino clave para acercarse a la historia del país. “Eso sin mencionar el encanto de sus jardines que configura un escenario natural para postales infaltables”, apuntó la especialista. De hecho, este mismo año, hubo allí un desfile de moda, pero con prendas femeninas, formales y elegantes de finales del siglo XIX, “del tiempo de la La Belle Époque”, el periodo que va desde 1871 hasta 1914, cuando comienza la Primera Guerra Mundial. Por esos años, en Bolivia se vivió el auge y declive de la plata.

Fue en esta etapa de la historia que se fundaron los primeros bancos; en 1871 se instala formalmente en Sucre el Banco Nacional de Bolivia y un tiempo después, en 1892, cuando Argandoña funda su propio banco. Lo hizo mientras se construía la Glorieta. Para entonces, el príncipe ya había representado diplomáticamente a Bolivia ante las altas cortes de Europa. En 1889 asistió a la Feria Internacional de París y fue allí que ideó una residencia ecléctica, con varios estilos. El arquitecto Antonio Camponovo fue el que diseñó la infraestructura y existe un par de sus bocetos que se mantienen en una de las paredes internas. Los materiales de la obra fina también vinieron del Viejo Mundo.

En 2022, este atractivo recibió 62.082 visitas, una cifra que duplica los números registrados en 2021, el año de la lenta reactivación del turismo en Sucre tras el aislamiento que trajo consigo la pandemia. Las visitas de este año, según la proyección que tiene Acosta, hacen prever que los indicadores retornen a los que se tenían anotados en 2019, antes de la crisis sanitaria global.

Sucre recibió el año pasado algo más de 107.000 turistas, de los que un 70% fueron nacionales. De hecho, los visitantes que arriban desde Santa Cruz son la mayoría. “Más del 38% de las personas que nos visitan vienen de tierras cruceñas”. Luego está La Paz, con el 22% y Cochabamba con el 20%. En cuanto a los extranjeros, franceses y alemanes son los que más optan por recorrer los atractivos de Sucre, la ciudad que en 1991 fue nominada por la Unesco como Patrimonio Cultural de la Humanidad. Es por esta razón que casi todas las construcciones del centro histórico tienen un sello azul. “Son edificaciones protegidas, no pueden ser tocadas ni destruidas en un conflicto bélico”, explicó el arquitecto Carlos Dávalos, un especialista en restauración que ha recuperado varios inmuebles del olvido. El hotel Monasterio, por ejemplo, es una muestra de su trabajo en favor de la historia.

Pero, si la Unesco hubiese actuado antes de 1991, tal vez el Palacio de la Glorieta pudo ser mucho más deslumbrante. Tras la muerte de los príncipes, en 1910 y 1930, la obra fue saqueada. Sin herederos, la casona quedó en manos de familiares próximos a los esposos Argandoña-Urioste, quienes no pudieron mantenerla.

El atractivo, que tiene muchas más curiosidades, está ahora en manos de la Gobernación. Se prevén más refacciones y más visitas.

El patio interno del Palacio de la Glorieta<<<<<<<<<


Una vista del patio de la Palacio donde habitaron los príncipes


El singular reloj del Palacio de la Glorieta

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