Escenario. Un mercado laboral que mayoritariamente no exige una alta especialización, que ofrece contratos eventuales y bajos salarios es la realidad actual de los trabajadores, en plena emergencia sanitaria

28 de febrero de 2021, 18:00 PM
28 de febrero de 2021, 18:00 PM

Segundo anillo y avenida Grigotá, frente a la plazuela Fátima, Luis Calderón (45) desde hace cuatro años divide su jornada laboral entre la venta de artículos para celulares y la comercialización de ropa usada en las ferias de la Villa Primero de Mayo y la del kilómetro seis de la doble vía a La Guardia.

Esos no siempre fueron sus trabajos. En sus años mozos, don Luis era un experto electricista muy solicitado para instalaciones a domicilio o para resolver algún inconveniente, pero lentamente quedó desactualizado y no pudo hacer frente a las nuevas demandas de un mercado que le exigía, aparte de realizar trabajos de instalación eléctrica, poder hacer mantenimiento de acondicionadores de aire, instalación de cámaras de seguridad o de sistemas de alarma.

Ante esta situación optó por ingresar al mercado informal del comercio donde la especialización no es lo más determinante. Más allá de tener la capacidad para convencer a las personas de que compren un nuevo protector para sus celulares o una nueva blusa o pantalón.

Similar situación es la de Lucy, que con sus 35 años, luego de trabajar cinco en una fábrica de fideos como empacadora, se vio reemplazada por una máquina que cerraba con mayor rapidez y precisión las bolsa de fideo, no paraba para almorzar y no pedía vacaciones anuales.

Por ello, al no encontrar un trabajo que cubra sus expectativas salariales y solo calificar para labores poco especializadas como la limpieza de maquinaria o recolección de basura, eligió el comercio ambulante ofreciendo vitaminados, jugos y esporádicamente prendas de invierno.

Estos casos forman parte de una cadena más grande, en donde debido a la escasa especialización o baja actualización del grueso de la población económicamente activa del país, esta se traduce en una preferencia por la actividad comercial, principal sector generador de puestos de trabajadores.

Así, según los resultados de la Encuesta Continua de Empleo (ECE), realizada por el Instituto Nacional de Estadística (INE), para el segundo trimestre de 2020, la población ocupada en el área urbana alcanzó a los 3,2 millones de personas y que el 22,3% (730.000 personas) tuvo como principal actividad el comercio, seguida de un 14,9% (487.000 personas) que se dedican a la industria manufacturera y el 10,5% (344.000 personas) que desarrollaron actividades en el sector de transporte y almacenamiento.

El hecho de que la preferencia laboral sea el comercio -según Jhony Mercado, expresidente del Colegio de Economistas de Bolivia- es una muestra de cómo el mercado laboral se nutre con una mano de obra poco especializada que no requiere de estudios superiores, un aspecto que va perfilando las características del obrero boliviano que debe adaptarse a las demandas de una economía con un bajo desarrollo.

Espejo de una realidad

Bruno Rojas, investigador del Centro de Estudios para el Desarrollo Laboral y Agrario (Cedla), hace notar que el actual mercado de trabajo, a partir de su demanda de mano de obra, es el que va perfilando el tipo de trabajador que predomina en el país.

Por ello, el investigador hizo notar que el mercado laboral boliviano se caracteriza por ser altamente informal, pues hasta 2017, ocho de cada diez trabajadores urbanos eran absorbidos por el comercio, los pequeños emprendimientos, las micro y pequeñas empresas, mientras que en 2019 todavía seis personas de cada diez ingresaban al mercado informal.

¿Y por qué esta preferencia?, pues el sector informal, según Rojas, requiere de trabajadores con una menor calificación laboral, y de acuerdo con el Cedla, el 65% de los cocineros, ayudantes de obras, vendedores, choferes, recepcionistas, garzones, entre otras actividades, no requieren de un título y en algunos casos ni de bachillerato.

“Este tipo de trabajo lo que más necesita, es de personas honradas, puntuales, con la capacidad de trabajar en equipos, tener destreza física y habilidad manual. No requiere una sofisticada capacitación”, sostuvo Rojas.

La eventualidad es otra de las características de la informalidad, ya que de acuerdo con Rojas, en 2019, siete de cada diez ocupados contaban con trabajos inestables, en los que predominaban los contratos temporales y salarios por debajo del mínimo nacional que es de Bs 2.122, especialmente si se trata de mano de obra joven y primeriza.

A la remuneración baja se suma que en la informalidad no se paga la jubilación, no se reconocen las vacaciones y no hay seguro de salud. Es lo que Mercado resalta como la precariedad laboral en la conformación del trabajador boliviano y su incidencia en la productividad económica.

La capacitación laboral

Jaime Dunn y Germán Molina, analistas económicos, consideran que esa informalidad se debe canjear por un mercado laboral que exija una mayor producción y mejor capacitación tecnológica de parte de los trabajadores.

Es Dunn el que sostiene que, ante un nuevo paradigma en el mercado laboral, la tecnología, la revolución y transformación digital abarcan distintos sectores productivos, por lo que cada vez es más evidente la diferencia entre lo que las empresas buscan y lo que las carreras profesionales tradicionales ofrecen.

Para Dunn, los números muestran que el país está en una crisis de empobrecimiento del capital humano y prueba de ello es que, según su criterio, los aumentos salariales distorsivos de los últimos 15 años remuneran mucho más al trabajo menos calificado, porque según datos de la Cámara Nacional de Comercio (CNC), los salarios de los no calificados subieron en más del 60%, mientras que la de los de los obreros calificados en un 16% y en cambio la de los profesionales graduados de las universidades tuvieron una reducción salarial del 20% y la de los cargos ejecutivos de las empresas han registrado una reducción salarial de cerca del 10%.

“Claramente en el país se ha aumentado el salario de los menos capacitados, en desmedro de quienes están mejor calificados dentro de la fuerza laboral, además de desincentivar la mayor educación profesional”, observó Dunn.

Molina considera que, en la actualidad, debido al aumento del desempleo hasta un 11%, por la pandemia del Covid-19 y la recesión económica, los puestos de trabajo requeridos por el sector privado son contratos de corto plazo y temporales con algún grado de especialización y que en un porcentaje importante los trabajadores desempeñan labores ajenas a sus estudios y capacitaciones.

Es lo que Rojas denomina el “divorcio del mercado de trabajo” y la mejora educativa de los trabajadores, pues según la Fundación para el Desarrollo de Proyectos (Fundepro), anualmente egresan 150.000 nuevos profesionales, de los cuales solo el 50% encuentra algún tipo de trabajo y en donde el 25% realiza tareas ajenas a su formación.

Para superar esta situación Dunn considera urgente una revisión de la Ley General de Trabajo, que la define como anticuada, debido a que desincentiva la contratación formal del personal.

“Los resultados de esta ley son lamentables. Es causante de que el 80% de la fuerza laboral del país se mantenga en la informalidad. Esta norma hizo que el país sea el segundo más informal del mundo y primero en Latinoamérica seguidos por México con el 60%”, lamentó Dunn.