Hasta el cansancio y en diversas circunstancias, se repite aquello de lo que siembras, cosechas, que viene a complementarse como pedrada en el ojo con esa otra locución tan conocida y reiterada que reza quien siembra vientos, cosecha tempestades. Y claro, tratándose propiamente de siembras, y de siembras de semillas o de brotes, no se puede esperar otra cosa que la reproducción de la especie que se deposita en el surco. Pero aun en siembras propiamente dichas, si las semillas no reúnen condiciones de sanidad, de probada calidad, de fuerza germinal, o se tienen reproducciones débiles, defectuosas, inservibles o ni siquiera se logra que culminen el proceso de la germinación.

Ahora bien, el ser humano, desde aquel con un pequeño caudal de discernimiento, con luces y fuegos interiores -por llamarlos de algún modo-, no sólo siembra materialmente con el brazo o con la mano, para ser más precisos, sino que lo hace asimismo, y con frecuencia, con la mente a través de ideas, de principios, de razones y hasta de sinrazones.
Esta siembra con la mente, con las ideas y los principios, a la par que aproxima al bien común, suele ser de cataclísmicas consecuencias. Y conviene una cierta prevención frente a lo que se siembra con la mente porque sus efectos llegan a ser imprevisibles y como tales irremediables y hasta deletéreos.

Los que con la mente, los que con ideas siembran vientos no son pocos, diríase incluso que los hay en exceso y en descargo de algunos de éstos podría afirmarse que ni siquiera sospechan lo que están haciendo o no tienen una noción cabal de lo que están sembrando. En todo caso, la culpa es la misma, en especial si lo de sembrar vientos -a sabiendas o no- es de igual manera repudiable y lo es más desde luego si se lo ejercita a sabiendas y con el respaldo de la fuerza bruta o del cohecho.
A merced de los vientos malos, sembrados consciente o inconscientemente, hemos vivido dentro de los marcos de nuestra vasta geografía durante muchos años de la historia nacional. Y puesto que, sensiblemente, no se puede aún afirmar que ya no quedan sembradores de tales malos vientos, es innegable que no dejan de sentirse, en espacios específicos que atañen al interés público, ráfagas de las cuales lo menos que puede decirse es que son de consistencia tormentosa. Y algo más: precisar que no pocos de nuestros sectores sociales y políticos se dejan arrastrar por las predichas ráfagas, tal vez algunos inocentemente, otros dominados por el afán de pescar en río revuelto, este concepto en consonancia con los viejos dichos populares aquí empleados.
En suma, a cuidarse de los sembradores de vientos porque la cosecha para el país fatalmente va a ser de tempestades, más a la corta que a la larga.