El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, finalmente desistió de buscar la reelección en noviembre, como candidato de los demócratas, tras una avalancha de solicitudes de su propio partido y de donantes para que retire su candidatura. El punto de quiebre se dio cuando sus facultades mentales debilitadas, propias de la edad, quedaron expuestas durante el primer debate televisivo con su archirrival, el republicano Donald Trump.

Las encuestas ya comenzaban a mostrar que Biden iba a perder en estados bisagra (ni rojo ni azul), e incluso en estados históricamente azules (demócratas). La ventaja de Trump se acentuó luego de que emergiera casi como héroe, tras sobrevivir al intento de asesinato en Pensilvania.

Este proceso electoral de 2024 en la principal potencia del mundo ya venía cargado de un alto grado de polarización. Enfrentaba a los mismos candidatos de hace cuatro años, cuando la institucionalidad democrática de ese país se vio amenazada por la negativa del entonces presidente Trump, de reconocer la victoria de Biden, aduciendo que hubo fraude electoral, algo que nunca pudo demostrar.

A partir de ahí, las diferencias políticas entre ambos personajes y entre sus respectivos partidos no hicieron más que profundizarse.

Por un lado, los republicanos cerraron filas en torno a Trump, pese a su retórica plagada de falsedades y a múltiples procesos judiciales que ponen en duda su integridad. Incluso su compañero de fórmula, J.D. Vance, inicialmente lo tildó como el “Hitler de Estados Unidos”.

Ahora todos se unieron en torno a valores conservadores del movimiento MAGA: proteccionismo económico, menos impuestos, políticas exterior más agresiva, antimigratoria, antiaborto, pro tenencia de armas, pro energías fósiles, etc.

Por otro lado, los demócratas inicialmente apostaban a mostrar una gestión de gobierno pospandemia relativamente estable, y el liderazgo más conciliador de Biden como antídoto a todo lo que Trump representa.

Sin embargo, el notable envejecimiento del demócrata contrastaba con el vigor del republicano, quien apelando a estrategias populistas, hacía parecer a su rival como débil, socialista y antipatriótico. La estrategia trumpista estaba funcionando, y los recientes acontecimientos no hicieron más que consolidar la ventaja republicana.

Ahora, todo apunta a que la actual vicepresidenta, Kamala Harris, reemplace a Biden como candidata a la presidencia. Los demócratas no tienen el tiempo para elegir a otro candidato que tenga la proyección nacional necesaria.

Con Harris, tendrán que aventurarse en un territorio no explorado, puesto que ninguna mujer ha llegado a la presidencia de Estados Unidos, y menos una mujer de color, como es ella. Seguramente elegirán a un candidato varón a la vicepresidencia, que pueda competir de la mejor manera con el joven J.D. Vance del otro partido.

Lo cierto es que la salida de Biden pinta un nuevo e impredecible escenario. Los próximos tres meses de campaña prometen ser encarnizados, como nunca en la duradera pero debilitada democracia estadounidense.

Mientras tanto, el mundo observa expectante lo que puede suceder con la potencia mundial. Lo que ocurra en noviembre será determinante en diversos asuntos internacionales, como el futuro de la OTAN, la guerra en Ucrania, las relaciones con China, políticas medioambientales y migratorias, entre otros.

Lo que está claro es que republicanos y demócratas exacerbarán las pugnas irreconciliables entre derechas e izquierdas, que se están dando en muchos países del mundo.