Un intento de golpe de Estado causó desconcierto en la ciudadanía. Los militares y los camiones blindados tomaron la plaza Murillo y rompieron la puerta del Palacio de Gobierno. El entonces comandante del Ejército, Juan José Zúñiga, entró y tuvo cámaras para mostrar cómo se insubordinaba al presidente. Fue muy aparatoso el inicio y fue muy simple el final. Hay muchas preguntas y Bolivia necesita respuestas en una jornada que causó zozobra.
Entre las 14:00 y las 17:30 de ayer los militares invadieron la Plaza Murillo y el Palacio de Gobierno; hubo insubordinación del comandante del Ejército; cambiaron al Alto Mando Militar; salieron los uniformados del centro de poder y finalmente Luis Arce salió vitoreado en la Plaza Murillo.
Lejos habían quedado los tiempos de golpes militares y escenas como las de hoy no se veían desde la recuperación de la democracia en 1982. Lo que estaba pasando en la Plaza Murillo, el centro del poder en Bolivia, causaba indignación en el país y en el mundo. Rápidamente se conocieron las condenas de la Unión Europea, la Organización de Estados Americanos, de Estados Unidos, México y de países sudamericanos.
El violento episodio duró poco más de dos horas y media. No hubo movimiento de tropas en otras divisiones ni en otros departamentos. El golpe de Estado no tenía estructura ni respaldo entre las Fuerzas Armadas.
Hay situaciones que llaman la atención y merecen respuestas claras. Si había una insubordinación armada, cómo es que los militares se retiran tan rápidamente de la plaza Murillo a la orden del nuevo jefe del Ejército; cómo es que – tras la posesión del nuevo Alto Mando Militar – se permite que Juan José Zúñiga se marche de la Plaza Murillo con rumbo desconocido, aunque después fue aparatosamente aprehendido y presentado como “delincuente” y “criminal”.
¿Qué explicación tienen las palabras de Zúñiga cuando dijo que esta asonada militar fue solicitada por el presidente para “levantar su imagen” y que acordaron el movimiento de blindados?
Un golpe de Estado es algo muy serio, porque la memoria colectiva retiene episodios dolorosos de las dictaduras del siglo pasado. La condena ha sido generalizada y el intento de quebrantar la democracia es algo intolerable en el país. Por esa razón, cualquier acción en ese sentido merece la mayor condena moral y judicial.
Hay que ver que, después de la jornada de ayer, la agenda nacional no cambia, porque los problemas se mantienen: falta de dólares, irregular provisión de combustible, disminución de la producción nacional. Es probable que el intento de golpe de Estado solo agrave la situación que ya soportaban los bolivianos, solo que ahora queda una herida abierta por la zozobra causada.
Sin que la crisis política se hubiera aplacado, el “evismo” y otros actores plantean que se trató de un autogolpe. Desde el oficialismo lo niegan rotundamente. El debate está instalado y necesita un esclarecimiento claro y contundente. Bolivia merece la verdad y, sobre todo, Bolivia merece vivir en paz, producir y dejar de vivir en zozobra.