La prensa internacional suele repetir que Bolivia es el país de los golpes de estado, cada que aparece alguna noticia de movimientos militares. Algunos medios afirman que es el país más inestable de América del Sur, de la región, del continente. Sin embargo, la cifra de 190 intentos golpistas no parece tener una fuente primaria verificable.​

Los datos históricos evidencian que los bolivianos conocieron contados periodos de continuidad constitucional. Uno de ellos fue a fines del siglo XIX con regímenes conservadores de los “patriarcas de la plata”, en pleno auge de la exportación de la goma. Otro fue durante las dos primeras décadas del siglo XX con los gobiernos liberales durante el boom de la minería del estaño y la naciente industrialización.

El Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) duró desde 1952 hasta 1964; ingresó al poder con un golpe (putch, como se decía entonces, a la manera alemana) transformado en insurrección; salió con otro golpe protagonizado por el propio vicepresidente del régimen. En esos doce años, el MNR enfrentó intentos subversivos de la opositora Falange Socialista Boliviana (FSB) en 1952, 1955, 1956, 1959, que actuaba con grupos de militares del antiguo ejército.

En la década de los sesenta también se sucedieron asonadas y pasaron varios generales por la silla presidencial. El periodo de 1971 a 1978 superó la oposición de los militares institucionalistas, cuya acción más notable se dio en 1974.

Entre 1978 y 1980, los bolivianos intentaron encontrar un cauce democrático, pionero en el Cono Sur, dominado por las dictaduras militares (salvo Colombia y Venezuela). El camino fue sangriento. La primera página la escribieron las cuatro mujeres mineras que ayunaron junto con sus hijos hasta conquistar la amnistía general irrestricta, la liberación de todos los presos políticos, el retorno de los exiliados después de 18 años de gobiernos militares.

La primera elección de 1978 fue anulada por las denuncias de fraude electoral. Se sucedieron otros tres comicios, todos tensos. Al mismo tiempo se dieron los golpes de estado de junio de 1978, de noviembre de 1978, de noviembre de 1979. El 17 de julio de 1980 se produjo el último golpe militar tradicional de la llamada narcodictadura, que enfrentó a su vez la resistencia civil y conspiraciones militares.

El general David Padilla, presidente en 1978, contó cómo los uniformados organizaban los golpes de estado en reuniones sociales, en parrilladas (churrascos), donde se ponían de acuerdo para elegir “a quien le tocaba” ser el próximo presidente

El 10 de octubre de 1982, hace 42 años, fue posesionado el binomio ganador de las elecciones de 1980. A los dos años hubo otros intentos de grupos militares para derrocar al gobierno, inclusive con el secuestro del propio presidente de la república. El lapso constitucional de ese gobierno fue recortado. Nuevas elecciones y, posteriormente, ampliación de la democracia con elecciones municipales (que hubo en otros momentos históricos).

En 1986, el gobierno envió a los militares a detener la Marcha por la Vida de los mineros. La represión incluyó los vuelos rasantes de la aviación para intimidar a los marchistas en Calamarca y en San Antonio, en el altiplano paceño. Fue la última vez que se enviaron presos políticos como residenciados a zonas inhóspitas cerca de cuarteles.

Tanques y tropas salieron hasta la plaza Murillo en febrero y octubre de 2003, durante las crisis políticas.

En 2011, el gobierno del Movimiento al Socialismo usó a militares y a aviones militares para detener la Marcha por el TIPNIS en Chaparina, en el norte amazónico.

Las Fuerzas Armadas muestran en cada etapa que son imprescindibles para la estabilidad de los gobiernos democráticos. A su turno, los partidos políticos miman con diferentes medidas a los militares para mantenerlos tranquilos.

Por su parte, la población civil confirma en cada ocasión una altísima vocación democrática. Asiste disciplinadamente a las colas para votar cada vez que hay elecciones. Sale a las calles para protestar si la democracia peligra, incluso cuando un presidente intentó reelegirse inconstitucionalmente (contando con el respaldo discursivo de los uniformados).

La democracia boliviana es la más profunda del continente, con alto grado de participación y amplia territorialidad. Además, la inclusión de todos los actores sociales es un rostro que difícilmente un general logrará borrar.