Hace siglos, el teólogo alemán Martín Lutero concluyó que “nada bueno viene jamás de la violencia”. La Organización Mundial de la Salud (OMS) define la violencia como el uso intencional de la fuerza física, amenazas contra uno mismo, otra persona, un grupo o una comunidad que tiene como consecuencias un traumatismo, daños psicológicos, problemas de desarrollo o la muerte. Se considera indispensable establecer una clara distinción entre violencia y agresividad, esta última se refiere a la conducta innata que forma parte de la naturaleza del ser humano desde que viene al mundo. La violencia es definida como la agresividad en un estado alterado y que tiene consecuencias a nivel social.

¿Es la nuestra una sociedad intolerante y violenta? Es posible concluir que sí. La violencia se ejerce de diferentes maneras. Incluso al conducir un motorizado sin respetar las reglas de tránsito. O destruyendo los bienes públicos. Hasta arrojar basura a la vía pública revela la conducta desaprensiva y violenta de quien lo hace. En los últimos días, se observaron imágenes estremecedoras de la golpiza que un joven reciclador descargó sobre otro hasta dejarlo sin vida. También quedó registrada la agresión brutal de un funcionario bancario contra un adolescente por haber golpeado con su mano, el vehículo mal estacionado de su agresor. Pudo haberlo matado. El energúmeno fue aprehendido y llevado ante un juez. Su violento arrebato es señal inequívoca de una descomposición social que nos debe llamar a la reflexión con un necesario propósito de enmienda.