Mario E. Barragán

Hace unos días tuvo lugar el exitoso XXVIII Congreso de la Sociedad Boliviana de Neurología en la pujante ciudad de Santa Cruz. Tuve la felicidad de poder asistir representando a Tarija y comprobar la larga tradición de histriónica de nuestros colegas cruceños. Nuestros agradecimientos y felicitaciones por tan gentiles atenciones.

Rememoramos, en uno de los corrillos, las circunstancias en que se desenvolvió la visita del Prof. Dr. Carleton Gajdusek, Premio Nóbel en Medicina 1976, cuando llegó a Santa Cruz, el año 1953, como miembro de una misión del Ejército americano destinada a estudiar la ocurrencia de una epidemia que se había producido en los residentes de la Colonia Okinawa que venía de haber sido fundada en las cercanías del pueblo de Uruma, a unos 50 km de Puerto Pailas, en el recientemente inaugurado puente sobre el río Grande.

Las circunstancias en que se desenvolvieron esos acontecimientos tuvieron varias características curiosas que resultaron incluso insólitas desde muchos puntos de vista según comentamos en estas mismas columnas (El Deber, 29 julio 2002; 2 agosto 2004). El dato sirvió en primer lugar para precisar el año de la fundación de esa Colonia que se pensaba hubiera sido en 1954 cuando, conforme vimos, la epidemia se produjo en una población ya asentada, probablemente uno o dos años antes (1952-3).

A su llegada, la Misión del Ejército americano puso en práctica dos procedimientos de rutina. El primero significó la toma inmediata de muestras de sangre de personas de la población autóctona de Uruma que se estaba visitando, antes de cualquier intervención, que irían a constituir, conforme veremos, parte de una “xeroteca” mundial destinada a fines de diverso tipo. En la ocasión se tomaron 17 muestras de sangre de pobladores de la zona aparentemente en buena salud las cuales, por procedimiento, fueron remitidas a los laboratorios del Ejército americano en Fort Dietrich, MD, para que fueran archivadas en nitrógeno líquido a fin de preservar los anticuerpos existentes.

La ocasión para testear esa alternativa se dio 26 años más tarde, en 1979, cuando se individualizó el virus productor de la enfermedad hoy denominada “enfermedad por virus Hantaan”, productora de una serie de síndromes hemorrágicos, nefríticos, nefroso-nefríticos y pulmonares en diversas partes del planeta (Corea, Indochina, China, Europa). Estudios llevados a cabo por el propio Dr. Gajdusek en especímenes humanos y de diversos roedores de Norte América así como en los brotes epidémicos de estas enfermedades en una población Navajo del Oeste de Norte América en 1986 permitieron reconocer la presencia de este virus en todas ellas. Otros brotes aparecidos en Brasil, Argentina y Chile comenzaron a añadirse en la década de los 90. En Santa Cruz se registra la ocurrencia del primer caso de fiebre por virus Hantaan en octubre de 1999 en una localidad ubicada entre Warnes y Okinawa, curiosamente en las cercanías del lugar donde se detectaron los primeros anticuerpos anti-Hantaan hace 50 años.

En atención a las publicaciones mencionadas me permití publicar una alerta en el Boletín Epidemiológico del Ministerio de Previsión y Salud Pública del año 1986 indicando que existía la fuerte posibilidad de que se presentaran casos de virus Hanta en nuestro país, algo que ocurrió poco después con la aparición de focos muy activos en la localidad de Bermejo en nuestro país.

Quizás aquí tendría que terminar este análisis si no fuera por otra circunstancia muy importante que se mantuvo como una incógnita durante los casi 100 años que va a cumplir el inicio de la confrontación bélica con la hermana República del Paraguay, conflicto en el cual miles de vidas se perdieron por enfermedad y muerte de los reclutas procedentes de zonas ubicadas en regiones en las cuales, por la altura a que se encuentran, no se crían artrópodos transmisores de virus (mosquitos, sobre todo), lo cual es la regla en las tierras bajas. Esta falta de conocimiento mutuo, entre virus del trópico y el hombre tendría la posibilidad de producir lo que podríamos llamar una “anergía altitudinal” en la cual, las personas que están migrando entre los límites indicados son bruscamente expuestas a una sobrecarga viral masiva que puede producir reacciones inmunológicas exageradas y a aumentos considerables en las tasas de enfermedad y fatalidad por una enfermedad intercurrente cualquiera,

Miles de jóvenes “altiplánicos” que llegaban directamente al “frente” de combate, bruscamente enfermaban y morían de una enfermedad en la que se cubrían de “carachas” por la picadura de los insectos (mosquitos) de la zona y terminaban siendo consumidos por otras enfermedades, entre las cuales la tuberculosis era la más importante, hecho que todavía se observa en personas de esa procedencia que llegan a regiones de alta migración como Bermejo, Yapacaní, Yacuiba (etc.). Importantes personalidades del medio, como el Dr. León Arce Castrillo, dedicaron sus estudios y su vida a la solución de este problema sin haber podido llegar a conclusiones valederas. El enigma vino a ser resuelto finalmente por los resultados obtenidos en la investigación que estamos analizando, dirigida a establecer otro tipo de parámetros pero que pone en evidencia la existencia de un mecanismo posiblemente similar.

De esta forma, el análisis puro y simple de muchos fenómenos que ocurren en nuestro entorno puede ser suficiente, en muchos casos, para solucionar problemas que son de gran importancia intrínseca como es el caso que nos ocupa, en el cual, pese a la distancia y las limitaciones, pudimos llegar a conclusiones muy valederas sin necesidad de recurrir a medios más sofisticados.