La política ya no puede concebirse en el siglo 21, sin el rol de las redes sociales.  Sin duda no lo son todo, pero sí son demasiado para menospreciarlas. La cantidad de estímulos comunicacionales diarios, que recibimos de las redes sociales, sumadas a las herramientas más sofisticadas de comunicación, han generado la reinvención de las reglas del juego político, que tiene como gran meta, la generación de emociones. 

Si, además de una buena estrategia, tienes un potente esquema de redes sociales, es posible que un candidato pueda ganar una elección. Sin un buen esquema de redes sociales, aun con una buena estrategia, ya no alcanza. 

Las grandes universidades estudian la magnitud de la influencia de las redes sociales, en la mente de las personas y sus efectos electorales. “Los ingenieros del caos”, es un apasionante libro de Giuliano da Empoli, que describe el meticuloso esfuerzo de decenas de profesionales, científicos y expertos en Big Data que tratan de reescribir la comunicación política, más allá de sus inclinaciones, si no, desde la capacidad de influir en los seres humanos a partir de un algoritmo y una narrativa que le hace sentido, a un público determinado. 

De todas las redes sociales, el tik-tok se está convirtiendo en la red de mayor influencia en la política. Es innovador, fresco, divertido y auténtico. Tiene los ingredientes más poderosos de la comunicación digital de la nueva era. Si a esto le sumamos el algoritmo exponencial que utiliza esta red para diseminar su contenido, estamos frente a un arma, que, si es bien utilizada, es demoledora. 

Pero, para conquistar este nuevo mundo, primero hay que entenderlo. Y este desafío pasa por tener la capacidad de comprender las expectativas de un elector y conectar con ellas, en síntesis, empoderarlo, algo que en política es muy difícil; porque en medio existe un elemento determinante, que es la credibilidad. Un lobo no se convierte en cordero de la noche a la mañana, por publicar en las redes. 

En Bolivia, existen casos de verdadero éxito, en oriente y occidente, como, por ejemplo, María Galindo y Mamen Saavedra, que han generado un grado de notoriedad incomparable y que tienen componentes sólidos y mucha profundidad. 

En el caso de Saavedra, no solo ganó notoriedad, sino además confianza electoral, que se expresa en el abrumador apoyo que tiene en la mayoría de estudios de opinión pública.   Estos actores han podido instalar una narrativa clara, definir su personaje y a sus adversarios, precisar un daño y construir una causa. Marshall Ganz, profesor de Harvard y referente de narrativa pública a nivel global, señala a estos elementos como la base más importante para la construcción de una causa política. Esto ya es el 50% de una campaña, porque el que define primero a sus rivales e instala con éxito una historia que le hace sentido a los electores, en la mayoría de los casos, gana. 

Estos liderazgos, no son percibidos como políticos, son vistos como influencers, hacen la política que la gente entiende, la que conecta con sus problemas diarios, son empáticos en tiempos de crisis,  con un lenguaje sencillo y sobre todo, con imágenes que transmiten emociones. 

Veo cómo varios políticos que ya tienen varios años en la vida pública, realizan un esfuerzo genuino para conectar con los electores mediante las redes sociales y sumergirse dentro del nuevo paradigma; estoy seguro que cosecharán buenos frutos. Sin embargo, hay otro grupo de viejos políticos, que menos precian las redes sociales, porque no son exitosos en este nuevo esquema y su impotencia los lleva a frivolizar a los liderazgos que sí tienen la capacidad de conectar. Menospreciar y subestimar a los adversarios, es el principio de la derrota. 

La política, como todas las ciencias, evoluciona de manera vertiginosa y los que sobreviven son los que se saben adaptar. Ni los de antes eran tan malos, ni los nuevos son tan buenos; hay muchísimo que rescatar de la experiencia y de la política tradicional, más en Bolivia, un país de tantos sobresaltos, siempre con mucha humildad, lejos de la arrogancia y soberbia de los liderazgos de otrora.