En 1996, Gabriel García Márquez, maestro del periodismo, documentó uno de los periodos más oscuros de la historia de Colombia. Relató con sobrecogedores detalles el sufrimiento del pueblo colombiano que, en la década 90 del siglo XX, sufrió secuestros, asesinatos y atentados terroristas ejecutados por criminales que se enfrentaron al Estado y trataron de imponer su ley.

El título: Noticia de un Secuestro, al margen de las connotaciones periodísticas del relato, también fue interpretado como la descripción del secuestro de Colombia misma, cuando la paz y la seguridad nacional se esfumaban a diario con cada ataque, con cada explosión.

El relato sugiere reflexiones sobre la vida y vocación de los periodistas que también fueron perseguidos, secuestrados y asesinados; pero, a pesar de las adversas circunstancias, nunca renunciaron contar lo que ocurría en el lugar de los hechos. Las mafias intentaron matar la “verdad”, pero no lo lograron.

Hoy, en Bolivia se pueden encontrar muchas noticias de un secuestro: turbas que toman cuarteles, se quedan con las armas y, machete en mano, obligan a los militares a clamar por impunidad para sus captores; grupos de francotiradores estratégicamente apostados para disparar contra los policías; un numeroso grupo de movilizados que tomaron el aeropuerto de Chimoré para evitar cualquier operación aérea y otros cientos o miles que mantienen secuestrados a choferes, pasajeros y productores que, resignados e impotentes, dejaron en el asfalto el fruto de meses de trabajo.

Indolente, el ideólogo de todo este movimiento afirma que busca salvar a la patria y ha iniciado una huelga de hambre como muestra de su sacrificio -léase cínico capricho- por volver al poder. Le hacen coro una serie de voceros que comparten cierta desconexión con la realidad. Sin rubor ni vergüenza, afirman, por ejemplo, que los cuarteles militares fueron tomados por humildes mujeres que llevaban a sus hijos en aguayos, y que el bloqueo que asola a Bolivia es una protesta absolutamente pacífica. No habría que sorprenderse si se les ocurre postular a Evo Morales para el Premio Nóbel de la Paz.

En medio de las refriegas, varios periodistas fueron secuestrados y torturados; les quitaron sus equipos y les obligaron a borrar sus archivos, bajo amenaza de asesinarlos. Antes lo hacían con disimulo, ahora graban su ultimátum y lo suben a redes sociales. Es pertinente denunciar que los periodistas están en riesgo constante y su seguridad está comprometida, simple y llanamente porque indisponen al poder oscuro del Chapare y al gobierno que se siente cada vez más incómodo con críticas y cuestionamientos basados en evidencias.

Los hechos son contundentes y claros. Hay decenas de artículos de la Constitución Política del Estado, del Código Penal, y del Código Niño, Niña y Adolescente, entre otras normas, que están siendo vulnerados a cada instante. Hay explicaciones oficiales sobre la persecución a Evo Morales que carecen de credibilidad, tal vez porque, en este y en otros casos, el Gobierno ha negado los hechos y ahora es difícil saber cuándo miente. Peor todavía, nuevamente recurre al despilfarro publicitario en medios afines a sus intereses para tratar de mantener firmes sus medias verdades.

Hay que admitir, con tristeza y rebeldía a la vez, que Bolivia soporta un secuestro vil, fruto de una pugna enfermiza entre dos adictos al poder. Están liquidando la economía y agotando las esperanzas de un futuro mejor. Pretenden secuestrar y matar a la verdad, pero es imposible. La verdad prevalecerá y la historia dará su implacable veredicto.