¿Por qué Luis Arce no hace una conferencia de prensa para decirnos, sin tapujos, que el país está mal? No puede. Aceptar sin rodeos que el modelo económico social comunitario productivo no fue jamás lo que Arce quiso explicar en su libro de auto-alabanza adosado con el mismo nombre. Voltaire decía elocuentemente que el Sacro Imperio Romano no era sacro, ni imperio y menos romano. Podemos argumentar, siguiendo a este gran filósofo, que el modelo de Arce no es un modelo, ni es económico, ni es social, ni es productivo y ni es comunitario. ¿Seguro? Seguro. A lo sumo es un modelo extractivista como aquel que enriqueció en pocos años a Pizarro y a Almagro. Sólo debemos cambiar la plata por el gas, a estos dos conquistadores por Arce y ya está. Igualito.
Pero volvamos: ¿puede confesar con hidalguía que lo suyo fue mera dependencia de un recurso natural sin tanta magia modélica de por medio? No puede. Sería reconocer no sólo que su modelo de dispendio repetitivo es un fracaso, sino que él mismo es un fracaso al haberse dilapidado la bonanza con inquietante destreza. Vayamos por orden inspirándonos en el interesante libro de Renata Salecl, Pasión por la ignorancia. ¿Qué plantea esta autora? Los seres humanos nos subimos al carro de la ignorancia con inusitado gusto cuando ésta facilita el desconocimiento de algo malo. Mejor hacernos los sanitos: “no, tos nomás tengo”, puede afirmar un paciente afectado por una enfermedad terminal con tal de no reconocer lo que viene por delante. ¿Puede que este fenómeno haya ocurrido con nuestro primer mandatario? Tal vez. En todo caso, algo así afectó a la población boliviana acostumbrada a la jauja económica. Mejor seguir soñando con el Toyota que íbamos a comprar o el viaje a Mimai que papá prometió. Mejor.
¿Hay otra razón? Si, ocultar lo que sucede para proteger a la estructura de poder creada por el gobierno. Esa estructura que lo apoya. ¿Puede ser? Claro, esta es una razón clara. Arce no se imagina realizar un seminario con las burguesías aimaras mostrándose sincero: “jóvenes, mi modelo ha quebrado, ya no van a poder volverse ricos”. Tengamos en cuenta que la gente está aprisionada en una “inercia cognitiva”. ¿Qué significa esta categoría? Negar la verdad o la mentira, con tal de seguir generando riqueza. A este fenómeno Salecl llama el “estado de dicha”. Es a lo que un amigo de adolescencia entendía como “aprovechemos de seguir chupando harto, ahora que no estamos borrachos”.
¿Algo más? Claro. Arce se enamoró de su modelo. Creyó que había creado algo fantástico. Y ya sabemos cómo nos comportamos ante el amor: nuestra novia puede ser floja, pero nosotros la tildamos de reflexiva: “duerme mucho, es verdad, pero es que piensa las cosas en la quietud de su habitación”. Ajá. Seguro. Alguito así le sucedió a este camote economista. Estuvo convencido que el monstruo rentista que construía era sexy. Pues ya ven: el amor es ciego y en este caso la ceguera se mezcló con cuantiosas dosis de oligofrenia.
¿Hay algo más grave? Si, la “estupidez protectora” como solía llamarla el gran Orwell. ¿A qué se refería? A fingir demencia. Mejor te haces el opa antes de recordarle al líder máximo el despilfarro en curso. Eso le sucedió a Lucho al sentarse en la misma mesa con su jefe: don Evo Morales. ¿Podíamos recordarle que nos tirábamos la plata sin pudor? No. ¡Le temían! Mejor construirle un museo y decirle que todo iba bien. ¿Síntesis? Arce fue un dócil y asustadizo funcionario recubierto de esta “estupidez protectora”.
Y, por último, queda la “amnesia social”: en ella incurrieron miles de criollos ante la dramática posición socioeconómica de sus pongos aimaras: “pobrecitos, son como animalitos”. ¿En serio? Claro, mejor apelar a la “cientificidad” de este argumento para justificar su amnesia. Mejor le damos categoría de ciencia a nuestra voluntaria (y ofensiva) ignorancia. ¿No hizo lo mismo Arce? Claro, con creces: mejor no me entero de cómo va la gente hoy en día y sigo hablando del milagro económico. Mejor me hago el sonso. Ni siquiera tengo que fingir mucho.
Conclusión: estamos a puertas de caernos. Quizás sea uno de los momentos más duros de nuestra historia. ¿Quién dibujó este escenario? Arce, y con notable talento, aunque lo hizo como yo cuando era niño. Dibujé un tigre de bengala y mi mamá me felicitó igual que lo hicieron con Lucho ilustres funcionarios en la ONU, Banco Mundial, Fondo Monetario. Me dijo, con esa sonrisa hermosa que extraño cada día de mi vida, “qué lindo te ha salido tu monito”.