Claudia Vaca

La región Chiquitana de Bolivia enfrenta una crisis ecológica sin precedentes, desde hace varias décadas, y se ha vuelto crónica. La deforestación, la legislación y políticas que no favorecen al medio ambiente y al monte, además del cambio climático han provocado un aumento alarmante de los incendios forestales, llevando a la región al borde del abismo ecológico.
El problema es estructural y los responsables son las distintas instancias públicas y privadas que continúan con prácticas de uso de suelo que no coinciden con el desarrollo sostenible. Las políticas y legislaciones actuales, lejos de mitigar el problema, son la fuente de esta devastación ambiental que en los últimos seis años se ha agudizado.
Lo que antes era una excepción ahora es la norma: “incendios dos a tres veces al año”. La vida de la población, la fauna y la flora están en peligro cada segundo que pasan respirando en sus hogares incendiados por la brutalidad con la que se administra el suelo y los recursos naturales. Se requieren acciones estructurales y coordinadas entre los sectores públicos y privados, responsables de estas prácticas y modos de producción, y deben ser urgentes para enfrentar este apocalipsis ecológico.
El aumento de los incendios en la región de Chiquitos es una consecuencia directa de la deforestación, una legislación maleable en materia ambiental, incumplimiento de la normativa vigente, la viciada distribución de recursos para equipar a los municipios ante estos desastres; además de la actitud sorda ante las fiscalizaciones que hacen los distintos movimientos ciudadanos en defensa del monte y la naturaleza chiquitana, y por supuesto, el efecto mundial del cambio climático es parte de esta cadena de desgracia.
Los pobladores de Roboré, Santiago y las comunidades cercanas expresan que la densa humareda provocada por estos incendios ha causado irritación en los ojos y problemas respiratorios, llevando a la propuesta de evacuar a niños y adultos mayores. Sin embargo, muchos se resisten a abandonar sus hogares y ayudan a sofocar las llamas. "El fuego se salió de control, no tenemos presupuesto para combatirlo", lamentó la encargada de comunicación de la Alcaldía de Roboré en una entrevista televisiva; declarando el municipio en desastre y pidiendo ayuda urgente al gobierno departamental y central.
Según el biólogo y ambientalista Steffen Reichle y los activistas del movimiento en Defensa del Valle Tucabaca: “La precipitación en Santiago de Chiquitos ha disminuido drásticamente, con solo el 45% de la cantidad de lluvia registrada el año pasado durante el mismo período, las pozas de agua están secas, la devastación es evidente”. Steffen señala que, ante esta situación, es urgente declarar una pausa ecológica en la región Chiquitana y en el municipio de Roboré. Esta pausa debe enfocarse en reforestar en lugar de continuar con la deforestación.
Stasiek Czaplicki, investigador ambientalista de la Revista Nómadas describe: “las nuevas estimaciones de Global Forest Watch revelaron una pérdida de 696.362 hectáreas de bosques en 2023 (…). El cambio de uso de suelo se distribuye entre ganadería y agricultura, eso tiene que cambiar.” a ello podemos añadir el tráfico de tierras, los avasallamientos y monocultivos de coca excedentaria, exploraciones para la minería, etc.
Para abordar estos problemas es necesario cambiar el enfoque de desarrollo y la cultura de producción, pensar en otras formas de vida, donde los ejes culturales de desarrollo sean: el ecosistema, el monte, la flora y fauna, junto al ser humano. Como bien señala Morin en “Tierra Patria”, en un tiempo de desprestigio de las utopías, nos propone una reforma de nuestro pensamiento, una nueva definición de las finalidades terrestres y modos de habitar la tierra con una conciencia de desarrollo más serena y colaborativa. Por su parte Bronfenbrenner en “La ecología del desarrollo humano” plantea un esquema para construir una psicología del desarrollo desde la infancia, amable con la naturaleza, una ecoeducación, con voluntad pedagógica y política.
Esto exige un cambio de paradigma, un cambio en los mapas de razonamiento de las instancias públicas y privadas, de todos los ciudadanos, un cambio en nuestras formas de alimentarnos, formas de trabajar y ritmos cotidianos; porque, así como explotamos la tierra, explotamos nuestro cuerpo, nuestras vidas, y lo único claro de esa cultura y forma de existencia es que nos estamos devastando juntos, el “egocidio” es brutal.
Esta crisis es una invitación a tomar decisiones desde una conciencia despierta, serena, a pensar diferente y actuar en el diseño de un modelo de desarrollo sostenible para todo el país, que permita habitar lugares amables con la vida a pie y sin prisas, con árboles y pascanas, compartiendo un somó, una chica, un café. Nos toca recuperar el latido de la vida, nuestras raíces, las tradiciones culturales que nos hacen bien, recordar el paraíso de dónde venimos, para sacarnos del infierno en el que estamos ahora.