Hace seis años participé informalmente en el curso en línea de la Universidad de Oxford “De la pobreza a la prosperidad” del profesor Paul Collier. Me quedó grabada la siguiente ilustración. En 1840, un ahorcamiento público era considerado entretenimiento familiar: iban los padres e hijos para ver cómo morían las personas en la horca. Sin embargo, en 1870, aunque los ahorcamientos continuaron, ya no se realizaban en público debido a la repulsión de la gente.
Collier condensa con este simple ejemplo el argumento del profesor de Harvard Steven Pinker en su libro “Los ángeles que llevamos dentro” (2017). Según Pinker este cambio fue un subproducto de la alfabetización y educación masiva en el siglo XIX, que permitió a las personas leer novelas y desarrollar empatía al ponerse en la posición de los personajes. Esto llevó a que la gente viera el sufrimiento de los ahorcados como algo propio, creando aversión hacia los espectáculos públicos de violencia.
Menciono esto porque se está realizando en nuestra ciudad la 25ta Feria Internacional del Libro. La lectura nos permite comprender realidades ajenas, desde aquellas que nunca ocurrieron porque son ficción, pero nos inspiran y hacen soñar, hasta aquellas que narran episodios históricos, pasando por muchísimas otras ramas del saber.
Una de las grandes ventajas es que nos permite comprender otros puntos de vista siempre y cuando nuestros materiales de lectura sean diversos y no sólo se centren en aquellos textos que nos interesan o identifican.
Admiro, entre otras cosas, quienes se toman la molestia de leer textos con ideas propias como extrañas. Uno de ellos es Hugo Celso Felipe (HCF) Mansilla, que escribió el libro “Una mirada crítica sobre la obra de René Zavaleta Mercado”, donde se aprecia que se tomó el tiempo y trabajo de leer, analizar y estudiar las ideas del pensador boliviano en cuestión.
La lectura puede ampliar nuestra frontera del entendimiento. Eso lo comprendí gracias a una particular experiencia. En mi primer año de estudios de economía en Potosí me tocó como tarea hacer un resumen de la vida de Carlos Marx, de quien no tenía una opinión formada ni a favor ni en contra.
Usando el libro “Historias de las doctrinas económicas” de Eric Roll, comprendí que sus postulados los hizo en un entorno específico como la Inglaterra victoriana donde la revolución industrial mostró sus facetas desagradables: extensas jornadas laborales y explotación infantil.
La lección que me quedó de esa tarea fue la importancia de considerar el contexto cuando analizamos las ideas, incluyendo las biografías de quienes las formularon. Eso también ocurre con la literatura como, por ejemplo, las obras de Gabriel García Márquez o de Mario Vargas Llosa. Y ni qué decir de escritos religiosos, donde la hermenéutica y la exegética son fundamentales para comprender lo que el autor quiso transmitir en lugar de aquello que queremos leer o interpretar.
Finalizo contándoles sobre mi experiencia en la Feria. Compré algunos libros para adentrarme en una visión específica: “Filosofía política liberal en Bolivia” de Erika Rivera, “Gonismo: poder y caída” de Hugo San Martín, y “El príncipe neoliberal” de Fernando Molina. Lo hice porque quiero comprender ese periodo de nuestra historia y su declive.
Hace más de 10 años había invertido en varios libros sobre el Estado Plurinacional y sus fundamentos, incluyendo “Lo Nacional- Popular” de René Zavaleta Mercado o “Refundación del Estado en América Latina” de Boaventura de Sousa Santos. Estaba interesado en comprender el giro que tuvo el país en este siglo.
En la Feria también adquirí “Los cambas: nación sin Estado” de Sergio Antelo porque quiero entender más las ideas cruceñas respecto al centralismo. Cuando llegué acá conseguí libros sobre historia e ideología de Santa Cruz para saber dónde estaba viviendo. Hoy quiero profundizar esta comprensión.
En fin. Sigo el consejo de Jonathan Haidt y “La mente de los justos”, que promueve la empatía y comprensión en tiempos de polarización.