¿Alguna vez, les ha ocurrido que —al paso—, escucharon un tema musical pegajoso, y a partir de ese momento, la tonada les sigue retumbando en sus cerebros de forma repetitiva —por varios días—, y parece que no hay forma de sacársela de adentro? A pesar de que la canción ya no se difunde por ningún dispositivo en el entorno, sus cabezas la siguen cantando y buscan la letra y el ritmo en la corteza auditiva del cerebro. Ese fenómeno lo viví, por casi una semana, cuando escuché una canción —que nunca había escuchado antes, y que, además, estaría fuera de mis preferencias—, pero que, su estribillo, como el humo de los incendios, no me daba respiro.

Esta experiencia de reiteración involuntaria de la música, y de no poder parar de repetir un verso completo o el estribillo, se conoce como Imágenes Musicales Involuntarias (INMI), también se la define como earworm (en español, gusano auditivo): al escuchar una canción, el lóbulo temporal envía estímulos al lóbulo frontal, que es el encargado de cantar y recordar melodías. El lóbulo frontal le devuelve la jugada al lóbulo temporal, creando un bucle.

La experiencia de la música repetida en la mente, sin sonido externo, es más habitual de lo que creemos. Leí un reporte de la Universidad de Montreal en el que se señala que más del 90% de las personas han sufrido o experimentado estos bucles musicales involuntarios.

Hay algunas características que predisponen el fenómeno: el grado de interés por la música y el entrenamiento musical del oyente; la exposición inconsciente y reiterada de un éxito musical —un hit—, que suena en todas partes y en todo momento; recuerdos que activan la memoria, debido a una frase o a una palabra en particular, que despierte sentimientos; la asociación que la mente puede hacer con una emoción determinada y melodías y ritmos específicos; el estado afectivo de quien escucha; las personas que sufren de trastorno de déficit de atención e hiperactividad son menos susceptibles a las INMI, mientras que aquellos con desorden obsesivo compulsivo son más vulnerables a padecerlas.

Romper ese bucle fonológico puede ser fácil o difícil, dependiendo de las causas que lo producen. Según la investigación —citada con anterioridad—, no deberíamos deshacernos del bucle porque sirve como una forma de regulación e identificación emocional y que desaparece, así como aparece, espontáneamente

Sin embargo, si, como yo, están cansados de que “la musiquita” les siga dando vueltas por la cabeza, hay algunas técnicas y recomendaciones que podrían ayudarlos: enfocarse en una actividad que los obligue a usar la memoria a corto plazo; cantar la canción completa, más allá de la cantinela que los atormenta; escuchar otra de ritmo pegajoso, utilizando el principio de “un clavo saca otro clavo”, corriendo el riesgo de quedarse encadenados con el último; mascar chicle, debido a que los movimientos de la mandíbula concentran los sistemas en la tarea de masticar y dejan de pensar en la canción; involucrarse en alguna actividad cognitiva apasionante, que les demande focalizar una atención permanente.

Si nada de esto funciona, podrían escribir un artículo al respecto, con la música a todo volumen y copiar la letra que los abruma, para que sus lectores la canten y repitan en coro: “Hola, perdida / Soy yo, el examor de tu vida / Volví para volver a hacerte mía / Porque un amor así no se olvida / Y hola, perdida / Soy yo, el examor de tu vida / Volví para volver a hacerte mía / Porque un amor así no se olvida…”.