Tres miradas de un mismo hecho se esconden detrás de una imagen. La fotografía se hizo viral en pocos minutos. Dos mujeres se golpeaban en la entrada misma de la Asamblea Legislativa Plurinacional. Era el colofón a una marcha convocada por la COB y que llegó hasta la plaza Murillo con el propósito de tomar y cercar el legislativo. La desagradable escena protagonizada por las dos cholitas desplazó de escena la violencia intrínseca que se gesta en el actual movimiento sindical, más similar a una fuerza de choque al servicio de las autoridades de turno que un verdadero ente en defensa del trabajador.

Las declaraciones también generan violencia. Basta con escuchar al eufórico representante sindical, Juan Carlos Huarachi, cuando celebraba una retoma de su sede gracias al fuerte respaldo policial. “Vamos a plantear el cierre del Parlamento” vociferó. Después de escabullirse del edificio tomado y ya con buena custodia policial, Se sentía fortalecido para atentar abiertamente contra uno de los pilares de la democracia. Impune e irrespetuoso, se sentía triunfante.

Y la violencia también proviene de la falta de acción. Durante la pelea de las dos mujeres, la que dio pie a este texto, una veintena de camarógrafos y curiosos estaba pendiente de sus teléfonos para registrar los golpes, patadas y jalones. A más de uno se le escapaba la sonrisa al observar el hecho. A muy pocos se les ocurrió dar un paso adelante para poner fin a la disputa. Lejos del moralismo acusador, esa escena es fiel reflejo de nuestra actitud ante la realidad. El papel de observadores nos ofrece cierta distancia y una inmunidad para sentirnos mejores que otros.