Se viene septiembre, el mes de Santa Cruz. Anticipando las efemérides, una densa cortina de humo se hace presente en la ciudad. Un poco más allá, en las provincias chiquitanas, el aire se torna irrespirable. Esta bienvenida se repite desde años atrás. Los incendios forestales, la quema de tierras agroproductivas y la deforestación descontrolada se han convertido en los nefastos regalos que recibe este departamento en vísperas a su celebración. En el recuerdo quedan aquellos años en los cuales se aguardaba expectante este mes para conocer las obras civiles que se habilitarían oficialmente.

El espíritu solidario y fraterno marca una unidad social envidiable. Como ejemplo basta resaltar la experiencia del clásico cruceño, donde los dos equipos más apasionados del país se enfrentan cara a cara. Las hinchadas que rivalizan todo el año se funden en un mismo aliento para entonar el himno cruceño. Pero hoy día, ese factor de integración que caracteriza al cruceño parece resquebrajarse con las disputas, principalmente de índole política.

La irreverencia del cruceño ante el poder se revitaliza con el compromiso y activismo de cientos, miles de jóvenes que golpean los escenarios públicos en búsqueda de protagonismo. Su liderazgo emergente ha sido fundamental en el apoyo permanente a los bomberos voluntarios, en la defensa de la tierra o en el reclamo constante por la preservación del espacio protegido del cordón ecológico. También destacan, y con éxito, en otros campos del desarrollo humano, tecnológico y cultural. Cuando esclarezca este septiembre, Santa Cruz brillará de esperanza por el valor de estos liderazgos en ciernes.