Diego von Vacano


Contra selecciones de hombres de Uruguay, Estados Unidos y Panamá en la Copa América, la selección de Bolivia parecía un grupo de enanitos verdes. El fútbol es lo más importante de lo menos importante de la vida. Y es un reflejo de las sociedades. Mientras Bolivia se derrumba por autogolpes, la Verde quedó eliminada por autogoles tácticos.
Acabo de pasar una semana haciendo cobertura de la Copa América, luego de una semana en Alemania en la Eurocopa. En Alemania, casi todo estaba bien organizado (aparte de los atrasos constantes de los trenes, algo que sorprende). Apenas llegué a Atlanta para el partido Argentina vs Canadá, el desorden latinoamericano se puso en evidencia. Eso no importa mucho en el fútbol, porque es un deporte popular. No tiene que ser como ir a la ópera. Pero ver las tristes actuaciones desordenadas de los jóvenes bolivianos jugando de rojo y recibiendo goleadas de EEUU y de Uruguay es algo que aún no se entiende, porque Bolivia es un país futbolero.
Lo que pasa es que la realidad de un país se refleja en su arte y su deporte de alguna forma u otra. En Argentina, un país que está por los suelos, todo se volcó para apoyar a su selección desde por lo menos la última Copa América en Brasil. La selección brasileña ya no es lo que era antes, porque las individualidades como Vini Jr y Endrick saben que pueden ser multimillonarios en un par de años en Europa y la gloria de la Canarinha ya no es lo que era en los tiempos de Zico y Sócrates, por ejemplo.
Bolivia es un caso aparte. Nunca fuimos muy buenos en un deporte que nos apasiona, pero no importaba, porque existían figuras como Ramiro Blacutt, Chichi Romero, Milton Melgar, y Platini Sánchez que nos daban grandes alegrías de vez en cuando. Jugaban con todo en el Morumbí o el Monumental de River. Pero, así como la sociedad boliviana se ha ido dividiendo desde 2016, y sobre todo desde 2019, nuestro futbol refleja esa falta de actitud positiva. Bolivia como país no tiene líder, y pasa lo mismo en la cancha.
En el entrenamiento de Bolivia que asistí en la universidad de Rutgers en Nueva Jersey el día antes del partido contra Uruguay (fui el único periodista presente), vi a jugadores esencialmente optimistas porque se notaba que se dan cuenta que tienen la fortuna de jugar fútbol como profesión, y estar en un torneo importante. Jugando ‘TeqBall’ sobre una mesa, se reían y se deleitaban. Pero una vez que se dieron cuenta que pronto comenzaría el duelo con Uruguay, uno de los mejores cinco equipos del mundo, un integrante me dijo “ojalá nos vaya bien” con poco optimismo.
Ahora que Bolivia regresa a casa, hay algunas cosas que rescatar, como algunas jugadas de Ramiro Vaca y la gran actuación de Guillermo Viscarra. Hay una base para el futuro, pero se debe reorientar totalmente. El boliviano no tiene el ‘biotipo’ para competir con ecuatorianos o panameños en lo físico. Solo un tiki-taka basado en pases rápidos y velocidad al estilo del Barcelona, me parece, puede ser la solución. Para eso, un director técnico que conoce bien al jugador boliviano y trabaja en el exterior quizás sea la mejor opción. El Diablo Etcheverry, el mejor jugador de la historia de Bolivia, un emigrante exitoso en el DC United de la capital estadounidense, quizás nos pueda dar optimismo real hacia las eliminatorias para el Mundial de EEUU en 2026.