Nacieron en los Yungas paceños, rodeados del romántico aire de las estribaciones de la cordillera. Un clima apropiado para el cultivo de una planta que no necesitaba cuidados y crecía “de por sí”. Solo requería un terreno desbrozado, un pedazo del tallo de otra planta y en tres años los cocaleros de entonces, cosechaban las hojas que se comercializaban en el altiplano, las minas y los barrios muy periféricos de las ciudades vallunas y cordilleranas.

Allá, entre las clase media y media alta, era mal visto masticar (“acullicar”) coca; pero, como dirían los comunistas, el lumpen del proletariado (o del campesinado si ustedes quieren) lo hacía de todos modos. Los españoles habían difundido su consumo en tiempos pre-republicanos. Así permaneció hasta la década de los sesenta/setenta del siglo pasado.

Cuando la ciencia se cuestionó por qué los indígenas americanos masticaban coca,  descubrió los 18 alcaloides que tiene la hoja. Los estudiaron uno por uno y conocieron las propiedades de 14 de ellos. Quedaron 4 de los que hasta hoy, solo se conoce su química. Entre los 14 alcaloides descritos, había viejos conocidos, entre ellos destacaba uno: la cocaína. Una substancia que ya fue objeto de estudio y consumo y que traía en su bagaje a celebridades como Sigmund Freud, Arthur Conan Doyle (el célebre creador de Sherlock Holmes), el pintor Pablo Picasso, en fin, de modo que cuando se hablaba de la inveterada “costumbre” americana (en realidad más peruano/boliviana), solo quedaba como corolario a la cocaína como la causa de la (¿mala o buena?) costumbre del masticado de la hoja.

No es difícil, entonces, explicarse por qué se difundió su consumo en la época republicana. La hoja de coca contenía cocaína en mayor proporción que cualquier otro de los 18 alcaloides que contenía (entre 0,5 y 1 % según la región donde se producía).

La atención hacia la hoja de coca en Bolivia, despertó a principios de la década de los años setenta, precisamente cuando se empezó a advertir que se extraía el alcaloide cocaína de la hoja y se lo “comercializaba” con pingües ganancias. Se empezó a notar también que la población local ya experimentaba con el consumo de cocaína. Fuera del país, Estados Unidos era el consumidor por excelencia, seguido de algunos países europeos... y Brasil, que comenzaba a “competir” como el mayor mercado sudamericano de la droga.

Entonces apareció otra región de producción de la hoja de coca en Bolivia: el Chapare. Una región más cálida y húmeda que la yungueña paceña que permitía una cosecha más abundante y más frecuente, pero sin mercado “tradicional”. La Ley 1008 prácticamente la había proscrito, por lo menos a la mayoría de los sembradíos chapareños que pasaron a ser primero sujetos a alternativas de cultivos y después a ser simplemente excedentarios. La Unodc mencionó varias veces que ese cultivo se destinaba a la elaboración de cocaína.

A pesar de ello, el gobierno de Evo Morales, un cocalero chapareño nacido en Oruro, “legalizó” ese cultivo, a pesar de no contar con un mercado “tradicional”. Y dio lugar (¿o autorización?) para un crecimiento exponencial de cocaleros autorizados para cultivar la hoja de coca.  Veamos: Según datos de Digcoin (CITE UND. IND, Director general - DIGCOIN), hasta el año 2007 habían 13.392 cocaleros “registrados” en los Yungas paceños.

En 2008 ya eran 40.000 cocaleros registrados en el Chapare (“La coca del siglo XX en Bolivia”, Alcaraz et.al, La Paz, 2000). Por entonces el área autorizada era de 12.000 hectáreas. La Ley 1008, no especificaba la superficie autorizada en el Chapare y solo mencionaba “los Yungas de Vandiola” como área de cultivo lícita en Cochabamba. En todo caso, llama la atención que hubiera más cocaleros en el Chapare que en los Yungas paceños.  

El año 2015, de acuerdo a una petición de informe de la entonces diputada Jimena Costa (Informe legal, INF/VCDI/A.A.J. N° 0269/2015), en el Chapare ya habían 46.240 cocaleros y en los Yungas paceños 27.896.

En el norte de La Paz, los cocaleros “registrados” eran 7.191 para el año 2015 (Idem).

Lo que llama la atención es el número de cocaleros chapareños que son más que los yungueños, teniendo además una superficie de cultivo mucho menor que la región paceña que además es la zona “tradicional” de cultivo de la hoja de coca” (7.700 hectáreas frente a 14.300 de los Yungas paceños, según la Ley 906 del 8 de marzo de 2017).

Para pensar ¿no es cierto?