El 17 de julio de 1980 se produjo uno de los más cruentos golpes de Estado. Luis García Meza y Luis Arce Gómez advertían con "andar con el testamento bajo el brazo" a los opositores. Varios dirigentes fueron asesinados y otros desaparecidos

17 de julio de 2024, 4:00 AM
17 de julio de 2024, 4:00 AM

Pasaron 44 años y los que tienen tres décadas de vida no lo recuerdan. Fue el golpe de 1980, despiadado. Con más de 500 víctimas, entre desaparecidos, asesinados y torturados. Ocurrió un día como hoy, 17 de julio. Varias dictaduras se sucedieron en el poder hasta entonces y aplicaron las lecciones de crueldad, aprendidas para impedir que se articule a la resistencia.

El golpe de Luis García Meza y Luis Arce Gómez revive las memorias, que ahora se escriben para quienes nacieron en la era de la democracia y ni siquiera imaginan cuán cruento puede ser un régimen de facto.

Golpe de Estado de García Meza. Foto: Archivo
Golpe de Estado de García Meza. Foto: Archivo

Eran aproximadamente las 11:00 de la mañana de un jueves. Los estudiantes estaban de vacaciones y los bolivianos ya sabían presentir el ruido de sables en los cuarteles. Ese día se silenciaron las radios principales de La Paz y, tras unos minutos de incertidumbre, se escuchó una marcha militar y el mensaje de quienes decían ser del gobierno de reconstrucción militar, salvadores de la patria y más argumentos que justificaran la violencia que se comenzaba a ejercer.

Mientras tanto, en la Federación de Trabajadores Mineros se reunía el Consejo Nacional de Defensa de la Democracia (Conade) ante los fuertes rumores de que había un golpe de estado en ciernes. El máximo dirigente de la Central Obrera Boliviana, Juan Lechín Oquendo y otros sindicalistas; el máximo representante del Partido Socialista, Marcelo Quiroga Santa Cruz; Óscar Eid del Movimiento de Izquierda Revolucionaria; los dirigentes Genaro Flores y Carlos Rojas, Juan del Granado, además de dirigentes universitarios como Henry Oporto. Allí se estaba organizando la resistencia.

Así lo recuerda la periodista Lupe Cajías. Ella había llegado a la sede de los mineros después de cubrir la reunión entre Lidia Gueiler (la presidenta de Bolivia); Hernán Siles Zuazo (que había ganado las elecciones) y Jorge Kolle Cueto (del Partido Comunista). En este encuentro ya se alertaba sobre el golpe. El líder de la COB, Juan Lechín, había convocado a una conferencia de prensa para dar las directrices de la resistencia ciudadana a los aprestos militares. Tras la primera rueda, hubo otra para el Canal 7 (cuya señal llegaba a todo el país), pero ese fue el tiempo preciso en el que llegaron ambulancias, flamantes vehículos blancos que -en teoría-se debían usar para brindar servicios de salud.

Golpe de Estado de García Meza. Foto: Archivo
Golpe de Estado de García Meza. Foto: Archivo

“Lo más execrable fue que usaron las ambulancias que habían sido donadas para servicios médicos con el fin de trasladar a los paramilitares armados, que llegaron a la federación de mineros donde se reunía el Conade. Encañonaron y asesinaron a Marcelo Quiroga, Gualberto Vega y a Carlos Flores”, recuerda Norah Soruco.

“En ese lapso llegaron las ambulancias de la Caja Nacional de Salud, donde era director Willy Sandóval Morón. De esas ambulancias bajaron los paramilitares. Yo estaba en una ventana, donde había un teléfono público, llamando a Antonio Peredo del semanario Aquí para contarle lo que estaba pasando. De pronto empezaron a gritar: “¡paramilitares, paramilitares!”... Dejé el teléfono descolgado, salté a otro lugar y terminamos escondidos en un baño con otras nueve personas. Logramos salvarnos y escuchamos todo el tiroteo. Vimos caer cuerpos, pero sobre todo vimos como mataron a Gualberto Vega detrás de unas calaminas”, revive Lupe Cajías.

Ese era el primer episodio de una historia amarga para el país.

De su lado, el dirigente universitario Henry Oporto, recuerda que estuvo en la reunión de la Federación de Mineros, pero salió antes para liderar una marcha universitaria de la UMSA. Cuando estaba a medio camino escuchó las ametralladoras y supo que el golpe se consolidaba. En el atrio universitario hubo resistencia por un par de horas, pero después llegaron los tanques militares por El Prado paceño y tomaron las instalaciones, desbaratando cualquier posibilidad de resistencia. “Los dirigentes tuvimos que abandonar porque ninguna resistencia era posible. Tuvimos que buscar un refugio clandestino y así comenzó una de las dictaduras más sangrientas”.

Las ambulancias y el terror

No es exagerado decir que el golpe de García Meza implantó el terror. Incluso, su ministro del Interior, Luis Arce Gómez, se atrevió a decir: “Todos aquellos elementos que contravengan el decreto ley (de seguridad nacional) tienen que andar con el testamento bajo el brazo”. Era una sentencia de muerte. Por eso, no era extraño encontrarse con puestos de control en cualquier calle, donde los militares exigían la cédula de identidad a los transeúntes y se llevaban en camiones a los que no portaban el documento.


Un episodio que se guarda en la memoria es el de la llegada de ambulancias a un barrio llamado Los Pinos. De ellas bajaban paramilitares a cualquier hora y sacaban a los perseguidos políticos, aunque estuvieran en pijama o camisón. Así como en ese lugar ocurría en varios sitios de La Paz y de otros departamentos.

Golpe de Estado de García Meza. Foto: Archivo
Golpe de Estado de García Meza. Foto: Archivo

En las minas hubo resistencia, pero fue abatida y silenciada con tanques y armas militares.

Lupe Cajías recuerda que este golpe militar tuvo apoyo de las FFAA de Argentina, para evitar que siga la corriente de instauración de la democracia. También apoyaron grupos fascistas de Italia y Alemania (quién no recuerda al nazi Klaus Altman/Barbie), que entrenaba y comandaba a los que ejecutaban las torturas a los presos políticos.

Dentro de Bolivia no había forma de estar informado. Los medios fueron controlados por el régimen. Por eso, los ciudadanos optaban por escuchar radios extranjeras a través de onda corta. Solo así se podía saber cuál era la percepción internacional sobre el régimen de facto.

El narcoestado

Uno de los sellos del régimen de Luis García Meza fue su vinculación con el narcotráfico, que según los entendidos, era controlado por el ministro del Interior, Luis Arce Gómez. Era la manera de financiarse, dado que había sido un golpe sin respaldo internacional. El péndulo había empezado a moverse y las democracias recuperaban su valor.

Golpe de Estado de García Meza. Foto: Archivo
Golpe de Estado de García Meza. Foto: Archivo

La masacre de la calle Harrington

El régimen de represión obligaba a desconfiar de todo y de todos. Cualquiera podía ser informante del Ministerio del Interior. A pesar de ello, hubo una resistencia heroica. Dirigentes universitarios, sindicales y políticos de izquierda se reunían clandestinamente. Salían a las calles por las noches para pintar grafitis contra el gobierno de facto; se reunían para organizar las estrategias de lucha.

Una de esas reuniones fue la que se realizó el 15 de enero (seis meses después del golpe de estado). La sede era una casa en la calle Harrington, del barrio de Sopocachi en La Paz. Hasta ahí llegaron los paramilitares, liderados por una mujer que también aparecía en televisión dando las noticias controladas. Dispararon a quemarropa y asesinaron a ocho dirigentes del MIR. Ellos habían estado analizando medidas económicas dictadas por el régimen de García Meza. Unos 13 paramilitares entraron y asesinaron, mientras otros rodeaban todo el manzano.

Tras el asesinato, pasaron varias horas hasta que las familias de estos dirigentes supieron lo que en realidad había ocurrido.

Este régimen de facto se acabó en agosto de 1981 con la renuncia de Luis García Meza. Después de él asumió el militar Celso Torrelio, que después entregó el poder a una junta militar. Al finalizar este periodo de gobiernos dictatoriales se hizo cargo Guido Vildoso, quien entregó el poder a Hernán Siles Zuazo, ganador de las últimas elecciones. Con ello, Bolivia conquistaba la democracia, iniciando una nueva era para el país.