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El concepto de ciudad inteligente surge en un contexto de creciente digitalización y urbanización, donde la tecnología es vista como una herramienta para transformar los servicios urbanos y mejorar la calidad de vida de las personas.
Si bien la tecnología ha sido esencial para la evolución humana desde la creación del fuego, la rueda y las revoluciones industriales, hoy su verdadero potencial radica en su capacidad de responder a las necesidades ciudadanas y promover una gobernanza transparente, eficiente y participativa, sostiene Francisco Flores, director de Laboratorios Urbanos de la Red Internacional de Ciudades Inteligentes, con sede en México.
“La tecnología es una herramienta que ha permitido a las sociedades avanzar y mejorar sus procesos sociales, económicos y políticos, pero no es la solución a todos nuestros problemas y desafíos urbanos, es simplemente un factor que debemos de considerar y utilizar a nuestro favor”, señala.
En este sentido, una ciudad inteligente no solo mide indicadores de movilidad o eficiencia energética, sino que también debe facilitar procesos básicos, como hacer trámites sin complicaciones, mejorar el acceso al transporte público en tiempo real o garantizar interconectividad.
Estas soluciones cotidianas, que simplifican la vida de las personas, son fundamentales para que las ciudades modernas puedan cumplir la misión de garantizar el bienestar de sus habitantes.
Flores señala que, según la Red Internacional de Ciudades Inteligentes, el éxito de una ciudad inteligente radica en situar al ciudadano en el centro del ecosistema urbano y que el desarrollo urbano requiere la colaboración de múltiples actores: la iniciativa privada, la academia y los gobiernos. Sin embargo, todas las decisiones deben orientarse a facilitar los procesos para los ciudadanos y hacerlos partícipes de la construcción de su entorno.
“El ciudadano es la persona más importante dentro de todo el sector que combina la ciudad. Cuando hablamos de ciudades estamos hablando de que participan muchos elementos, desde la iniciativa privada, la academia y, obviamente, el tema de la gobernanza, pero todo debe ir en función de facilitar los procesos a los ciudadanos y también hacerlos partícipes”, aclara el experto.
El enfoque de las ciudades inteligentes va más allá de la infraestructura tecnológica; implica la transformación de los procesos administrativos y la promoción de la participación ciudadana. Un ejemplo clave es la digitalización de los servicios públicos. Los gobiernos deben garantizar que los ciudadanos puedan acceder a información pública de forma sencilla, como saber a qué hora llega el transporte público o verificar cómo se está utilizando el presupuesto municipal.
En un contexto donde la desconfianza hacia las instituciones es un problema recurrente, la transparencia se convierte en un pilar fundamental de la gobernanza inteligente.
Para Flores, la implementación de plataformas digitales permite que los ciudadanos tengan acceso en tiempo real a la gestión pública. Por ejemplo, un ciudadano puede ingresar desde su teléfono móvil a un sistema de información pública y verificar en qué se ha gastado el presupuesto de su alcalde o gobernador.
La transparencia no solo fortalece la confianza en las instituciones, sino que también combate la corrupción, uno de los principales problemas que afectan la percepción ciudadana sobre los gobiernos. Sin embargo, lograr esta digitalización no es un proceso sencillo.
"Muchas instituciones aún manejan su administración con hojas de cálculo o grandes pilas de papeles", comenta Flores y agrega que "transformar esta gestión análoga en un sistema digital es un reto complejo, pero necesario".
Además de la infraestructura tecnológica, es fundamental que los funcionarios públicos cuenten con las habilidades necesarias para manejar estos nuevos procesos. La capacitación y el aprendizaje continuo dentro de las instituciones públicas son esenciales para garantizar una administración eficiente y digitalizada.
Una ciudad inteligente no solo se enfoca en la eficiencia administrativa, sino también en medir su impacto en el entorno. La gobernanza moderna debe considerar tanto los impactos ambientales como los impactos sociales. El enfoque no es únicamente solucionar problemas de gestión, sino también impulsar una conciencia de corresponsabilidad entre los ciudadanos y el gobierno.
“¿Quién tiene la responsabilidad de resolver los problemas urbanos? ¿El gobierno, los ciudadanos o ambos?”, se pregunta Flores. La solución pasa por una co-creación de la ciudad, donde cada habitante contribuye activamente al bienestar común.
El desarrollo de la ciudad no puede depender exclusivamente de las autoridades: el empoderamiento ciudadano es clave para lograr un entorno más justo y sostenible.
Las ciudades inteligentes no deben concebirse únicamente como espacios de alta tecnología, sino como entornos donde la infraestructura, la gobernanza y la tecnología convergen para resolver las necesidades cotidianas de sus habitantes. Desde garantizar la transparencia en la gestión pública hasta mejorar los servicios de movilidad y fomentar la participación ciudadana, el objetivo final es siempre el mismo: lograr un mayor bienestar y calidad de vida para todos los ciudadanos.
“Por ejemplo, Barcelona es un modelo internacional de cómo lograr un proceso de urbanización sostenible y, al mismo tiempo, de empoderamiento ciudadano en la toma de decisiones”, reflexiona.
El verdadero desafío de las ciudades inteligentes no es simplemente implementar tecnología de vanguardia, sino utilizarla para crear ciudades más humanas, accesibles y habitables. Así, la tecnología se convierte en un medio, no en un fin, que permite a las ciudades evolucionar al ritmo de las necesidades y expectativas de quienes las habitan.