Opinión

Beethoven: un himno a la vida

30 de noviembre de 2020, 5:00 AM
30 de noviembre de 2020, 5:00 AM

“Hubiera necesitado muy poco para ponerle fin a mi vida, solo el arte me contenía”. En una carta nunca enviada, Ludwig van Beethoven expresaba su angustia y dolor. Tenía un pasado familiar de enojo y agresión. La soledad lo perseguía. Había iniciado un doloroso proceso de pérdida auditiva.

Pensó que poco le quedaba para vivir. Pero como indicó en su misiva, su arte, la música, lo pudo contener y motivó su lucha por la vida. Precisamente, luego de la correspondencia citada, emergió en su ser un optimismo creativo para continuar con la producción de uno de los patrimonios más preciados que tiene la humanidad: la obra de Beethoven.

Este 16 de diciembre se cumplen oficialmente 250 años de su nacimiento. Sin embargo, durante todo el 2020, se ha conmemorado la producción de un genio, como ha sido frecuentemente nominado. No es para menos. Escucharlo es un viaje emocional, que revela la grandiosa capacidad del compositor alemán, descrita en el artículo de José Rossel Antón (2015).

“Las espinas de la vida lo habían herido profundamente… él atravesó todo, abarcó todo… porque llegó hasta el mismo lugar donde el arte termina” escribía el poeta Fran Grillpazer, texto que Heinrich Anschütz leyó al concluir el funeral de Beethoven.

Sin embargo, el arte de Beethoven logró sobreponerse a los avatares de su vida. Su música es el reflejo de una incansable fe en el amor, la vida y la humanidad. Ejemplo de ello son tres de sus grandes obras: “Claro de luna”, “Fidelio” y por supuesto “La Novena Sinfonía”.

En 1801, el músico que escuchaba cada vez menos, conoció a Giuletta Guicciardi. Entonces, él tenía 31 años y era su profesor; ella, una joven de 17, platónicamente enamorada de su mentor. El sentimiento que emergió de esta relación inspiró la composición “Quasi una fantasía”, nominada posteriormente “Claro de Luna”.

El inicio de esta obra ya anuncia la ternura y el romance que atraviesan a la misma. Una apuesta al amor, a pesar del impedimento para concretar la unión de Ludwig y Giuletta. “Ahora vivo más feliz (…). Este cambio es obra de una cariñosa, de una mágica niña que me quiere y a quien yo amo… pero desgraciadamente no puedo pensar en casarme” escribía Beethoven a su amigo Wegeler.

Además, indicaba posteriormente al mismo destinatario: “Ciertamente no podría casarme. Para mí no hay placer mayor que practicar y ejercer mi arte”. Gracias a este último, el compositor alemán logró canalizar su ira y angustia, en las complejas partituras que escribió.

Ingeniosamente, transformó esas emociones en himnos a la vida. Además de la sonata dedicada a su pupila, la única ópera de Beethoven refleja aquello. “Fidelio” es la historia de un preso, Florestán, que logra ser liberado gracias a su mujer, Leonore. “Que esta pareja encuentre el fin a la injusticia” se expresa en el último acto, que concluye con la conmovedora frase “Nunca se honrará lo suficiente a la mujer que liberó al esposo”.

Esta obra, que tuvo su versión definitiva en 1814, ha sido reconocida como una declaración de fe en la humanidad y en los valores de la justicia y la libertad. Estas mismas virtudes motivarían una extraordinaria herencia de Beethoven al patrimonio universal: la “Novena Sinfonía”, presentada en 1824.

Esta composición inicia con una tímida melodía, que a los pocos segundos subirá de intensidad. Se anuncia un emotivo recorrido musical. Un viaje que concluirá con el máximo canto a la fraternidad: la Oda a la Alegría.

Esta sinfonía es la principal representación del genio compositor, quien supo canalizar sus frustraciones y desdichas, a través de su música, para transformarlas en una Oda a la Vida. Hasta su último aliento, cuando levantó el puño hacia el cielo, expresó su incansable lucha para vivir. Lo logró con éxito. A 250 años de su nacimiento, Beethoven es inmortal.

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