Opinión

Proscribamos las armas

4 de diciembre de 2020, 5:00 AM
4 de diciembre de 2020, 5:00 AM

Hace un par de semanas, en el grupo de WhatsApp de la promoción de mi colegio, felicitábamos a nuestro compañero de curso Jaime Alberto Zabala Saldía porque fue designado como el nuevo comandante de las Fuerzas Armadas de Bolivia. 

Entre los chistes que recordábamos de la época escolar, salió el clásico que hace referencia a los apellidos y que lo hemos contado hasta el cansancio: una noche en un campamento Scout, Alberto preparó el rancho, la patrulla comía alrededor del fuego y él era quien repartía las presas del pollo: ¡Zapata, para vos la pata!; ¡Zabala, me toca el ala!; ¡Angulo…!, y antes de que acabe, Angulo lo interrumpió y respondió alto y fuerte, como para que todos escuchen: ¡A mí no me gusta el pollo!

En esa época -no sé si esa mala costumbre sigue vigente-, los profesores nos llamaban por el tan impersonal apellido. Así que lo llamaré Zabala, como lo he llamado desde niño. Zabala siempre fue una persona callada, reservada -hasta tímida, podría decirse-. Pero, sin duda, era un destacado alumno por su aplicación y disciplina. Debe tener muchos diplomas de excelencia colgados en su pared. Alguien recordó, con sorna y sabor a reclamo: “Era de los que nunca daba copie”.

Al salir bachilleres, perdí el rastro de Zabala. Muchos años después, supe que había ingresado al Colegio Militar de Aviación, y que por sus calificaciones, lo enviaron becado a Brasil. En estos días -en que hablábamos de él-, me enteré que había intentado obtener la beca Patiño, antes de tomar la decisión de ser aviador. A mí, siempre me sorprendió que Zabala hubiese optado por una carrera militar. Pero, desconozco las circunstancias que lo animaron a esa determinación. Está claro que, si llegó al máximo cargo de una institución con estructuras tan rígidas, es un logro y la culminación de una larga y exitosa carrera.

Hace muchos años, vengo repitiendo una propuesta que, al general Zabala de hoy puede no gustarle -y menos al presidente anterior-, pero que es verdaderamente revolucionaria: debemos abolir las Fuerzas Armadas y destinar ese gran presupuesto para tener un ejército de educadores, en lugar de soldados. Revolucionario es abolir el ejército, como lo hizo la pequeña Costa Rica en 1948, y convertirse en una de las veinte economías emergentes y con mayor desarrollo humano comparado.

“Dichosa la madre costarricense que sabe que su hijo al nacer, jamás será soldado”, se dice en Centroamérica. En 2018, se celebraron los 70 años de la abolición del ejército en Costa Rica. El 1 de diciembre de 1948, el entonces presidente tico, José Figueres Ferrer -en un acto emotivo y simbólico-, entregó las llaves del cuartel Bellavista a una institución educativa. ¿Se pueden imaginar esa misma escena en la Octava División del Ejército boliviano de la calle Charcas o en las puertas de cualquiera de los otros cuarteles en todo el país? ¿Se imaginan todo lo que se puede hacer con el millonario presupuesto que gastamos en los uniformados? ¿Parece una utopía?.

Hay una veintena de Estados sin ejército en el mundo. Y en todos los casos, sus indicadores socioeconómicos respaldan -con creces-, la alternativa que ellos tomaron. Los ticos nos llevan 72 años de ventaja. Sé que esta es una decisión que puede tomar décadas para madurar, así que vale la pena incluirla en el debate público y no esperar 70 años más.

Alberto, el día de su posesión, agradeció a la promoción del colegio por todas las muestras de felicitación y orgullo que le hicimos llegar a través del chat. A mi efusiva felicitación, yo le aumenté unas palabras, entre paréntesis y con la complicidad que él me conoce, como un adelanto de este artículo: (Zabala, solo un detallito a tomar en cuenta: a ese dicho de “meta bala, Zabala”, no le hagás mucho caso, ¿ya?).

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