Opinión

Culturas entre dos discursos

27 de noviembre de 2020, 5:00 AM
27 de noviembre de 2020, 5:00 AM

¿Qué pueden esperar los bolivianos del nuevo Ministerio de Culturas, Descolonización y Despatriarcalización? El acto de posesión contó con la presencia de la nación profunda pluricultural y multilingüe; bellos tejidos, linda música, muchos abrazos. La segunda mirada preocupa más: ¿por qué nombraron a Sabina Orellana Cruz al frente de una cartera clave en la narrativa política ideológica?

Parece que los nuevos funcionarios llegan a sus puestos como cuotas de poder comprometidas con aquellos sectores que bloquearon en plena emergencia sanitaria. A los cocaleros de Chapare les dan el control del narconegocio; a los colonizadores las carreteras dinamitadas en agosto; a las bartolinas el despacho del Palacio Chico. Adiós meritocracia; hasta nunca carrera administrativa.

Orellana, de origen quechua y con tradición sindical, no presenta credenciales en gestión cultural, ni como dirigente ni como parlamentaria. En su discurso se centró en lo andino y en elementos simbólicos como la pollera o la wiphala que no representan al conjunto del país. Ningún énfasis a los artistas, a los teatros.

En sus primeras palabras combinó dos enfoques que reflejan los dos discursos del actual Gobierno. Convocó a la unidad: “Hermanos, trabajaremos desde las artes, de la cultura del oriente, occidente, del campo y la ciudad. Les pido la oportunidad para trabajar por una cultura diversa, en beneficio de nuestra Bolivia. Gracias por haber confiado, pedir a mi abuela Bartolina Sisa, a mi abuelo Tupac Katari que me guíen para ser un beneficio para el pueblo boliviano”.

Sin embargo, Culturas comienza con la sombra de convertirse en otro espacio de represión, como se intentó en el pasado aprovechando la lucha contra el racismo. Anunció: “Hay personas (para investigar), por ejemplo, la Unión Juvenil Cruceñista, la Resistencia Cochala, entonces esos jóvenes tienen que pagar por los actos que han hecho y que han cometido contra las mujeres”, según Erbol. “Se va a investigar todos los actos de violencia y racismo que hicieron contra las mujeres, en especial a las mujeres de pollera y a las mujeres indígenas, solamente ha sido el delito de ponernos una pollera, llevar dos trenzas”, señaló.

Ese peligroso y maniqueísta discurso que ignora el conjunto de los hechos, de los pensamientos, de las otras realidades. La cultura es usada por los regímenes totalitarios para esclavizar sutilmente a los ciudadanos, para convencerlos de una hegemonía, para falsear la historia, para acallar las opiniones diferentes.

No basta el Ministerio de Gobierno, la justicia, la Fiscalía. También otras reparticiones ingresan en la ola de las amenazas, contradiciendo su propio fin principal.

Al mismo tiempo, en un concierto en homenaje a Ludwig van Beethoven, Andrónico Rodríguez admitía que nunca había escuchado una orquesta sinfónica. Atendía en silencio, mientras su séquito usaba celulares y cuchicheaba sin respetar al público.

Ahí también está esa expresión binaria: uno que recuerda que no tuvo oportunidad de saborear la música universal; otros ni se conmueven. Probablemente no por falta de dinero sino porque las alcaldías del trópico, en manos del MAS, no se interesaron en adquirir bibliotecas, formar orquestas, invertir en museos, como hicieron Toro Toro, Tupiza, Roboré. ¿Cuánto cambiaría Chimoré con la orquesta de Urubichá?

Quizá no es tarde. Si la ministra Orellana quiere trabajar por la diversidad, podría comenzar por apoyar las expresiones culturales que unen, que pueden ser el mejor rostro boliviano, en vez de enfatizar la pelea. Aprender que la Novena Sinfonía nació allende el mar, pero pertenece a la Humanidad. Sus notas ayudan a la fraternidad, no a la maldad.

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