Opinión

Indignación

24 de agosto de 2021, 5:00 AM
24 de agosto de 2021, 5:00 AM

La ex mandataria constitucional de la República Jeanine Áñez experimentó un grave deterioro de salud en las últimas semanas. Acosada por un verdadero arsenal de tortura sicológica y física implementado por el régimen de Arce Catacora y el MAS, tuvo que ser trasladada de emergencia a un hospital. Pese al notorio deterioro de la ex presidenta constitucional, la declaración oficial sostiene que se encontraba “estable”. A los pocos días parece que la “estabilidad” no era del todo evidente y tuvo que ser trasladada a un hospital de El Alto, una maniobra sicológica propia de las dictaduras más avezadas. De hecho, la unidad médica especializada en este tipo de afecciones es el Hospital del Tórax en Miraflores, pero de lo que se trataba era de llevar al límite la resistencia de Áñez. La defensora del Pueblo, masista militante, la calificó como “rea”, una rea apresada inconstitucionalmente, sin el debido proceso, violentando todos los Derechos Humanos habidos y por haber. El procedimiento apunta a instalar la lógica del escarmiento en la absurda esperanza de que la oposición y la ciudadanía democrática perciban lo que le puede pasar a quien se opone a la tiranía masista.

Los “operadores judiciales”, fieles servidores del régimen, decidieron dar un paso definitorio; enjuiciar a la hija de J. Añez. Ella (la hija) declararía que el anuncio de su enjuiciamiento fue la estocada final que determinó el desmoronamiento emocional y sicológico de su madre. Como cualquier madre -dijo- se desmoronó al saber que el Gobierno arremetería contra lo que cualquier madre defiende con uñas y dientes, sus hijos.

El desenlace fue un intento de suicidio que el ministro de Gobierno calificó de “rasguños”. Los rasguños que menciona la autoridad son tres cortes en la muñeca izquierda y un corte en el antebrazo derecho, todos debieron suturarse con varios puntos. Se trata de un intento de suicidio por desangramiento.

Cuando la prensa le preguntó al diputado masista Rolando Cuellar su opinión sobre el trato que el Gobierno daba a la ex mandataria constitucional Jeanine Áñez, la respuesta fue lapidaria: “¿Cómo quieren que tratemos a una asesina?”, respondió. La respuesta trasluce la sed de venganza que el Gobierno masista no puede controlar, a lo que se suma la ya conocida cleptomanía de los masistas, en tanto y en cuanto, “la asesina” está presa sin ni una sola prueba de los absurdos cargos que se le imputan, y de lejos, está años luz de los crímenes que, por ejemplo, cometieron “afines” al MAS en la “Caravana del Sur”.

Pocos días antes de estos dramáticos eventos, una joven voluntaria que se dedica a proteger perritos abandonados y cuidarlos para ofrecerlos en adopción, fue desalojada de los predios que el Teleférico Verde le había otorgado para velar por los canes y proteger sus vidas. Súbitamente el Teleférico decidió expulsarla junto a su manada. La razón resulta sorprendente, los echaban del lugar porque muchos de los voluntarios eran de la oposición. Un comentarista radial de prestigio internacional dio en el clavo cuando coligió de semejante atropello que el fanatismo talibán de los masistas no dudaría en sacrificar perros por no ser azules.

La situación ha alcanzado sin duda niveles insostenibles. El MAS pasó del ejercicio del poder al ejercicio del terror y el odio. La ciudadanía percibe con toda claridad que ya no poseemos un gobierno dedicado a lograr el bien común, se trata de una teocracia ciega de odio y venganza que, además, está dispuesta a todo por mantenerse en el Gobierno.

El MAS, Evo Morales que gobierna entre bambalinas, Arce Catacora que se ha transformado en una figura intrascendente y los operadores judiciales transformados en la última versión paramilitar (los viejos encargados de sembrar el terror), han cruzado una línea muy peligrosa, la línea de la indignación ciudadana.

Cuenta la historia (a ver si esto les sirve de algo) que cuando Mussolini llegó a Milán un día después de que el alcalde de la ciudad fusilara en la Plaza del Loreto a 19 partisanos, comentó en voz baja a sus correligionarios: “Esto lo pagaremos muy caro”. Un año después el pueblo milanés colgaría su cadáver desfigurado por la ira popular. Estas cosas suelen pasar cuando el poder se transforma en odio, en racismo y en soberbia, y cuando gobernar es sinónimo de venganza. Es bueno recordar, empero, que las vendettas siempre cubren de sangre al asesino y al asesinado.

Renzo Abruzzese / Sociólogo

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