Opinión

Recuerdos del presente

31 de agosto de 2020, 5:00 AM
31 de agosto de 2020, 5:00 AM

El derrumbe del MAS y de su caudillo debe ser analizado con calma. Muy pocas veces en la historia del país se había dado el caso de un desplome tan acelerado, que amenaza con crear un vacío muy grande.

Dos parlamentarios masistas pronunciaron en los últimos días frases muy claras: Víctor Borda dijo que el cocalero Morales debe admitir que “concluyó su ciclo”. Y el senador Omar Aguilar dijo que a los encargados de manejar el gobierno del MAS les faltó “un bañito de humildad”.

Si se analiza lo que fue ese partido hay varios motivos para sospechar que fueron más los ruidos que las nueces.

Desde el principio, el separatista Felipe Quispe se propuso establecer una diferencia muy clara entre los seguidores de Morales y los miembros de la corriente que él dirigía: “nosotros somos indígenas pero no somos cocaleros”.

Quispe estaba caminando sobre huevos, porque hay también indígenas aimaras que son cocaleros, casi todos los de Yungas. Pero se atrevió a proclamar esa diferencia.

Una cosa es un indígena aimara que produce papa en su minisurco del altiplano, y le da un ingreso de Bs 200 por año, y otra cosa es un aimara que produce coca en Yungas, con dos cosechas, que le dan por lo menos Bs 10.000, pero mucho más lejos están los aimaras de Chapare, con cuatro cosecha por año, y sus actividades afines, que producen unos 12.000 dólares al año.

Y el caudillo Morales estaba reinando sobre esos niveles tan disímiles de ingresos, a los que llamaba “hermanos”, aunque a los de la papa no les podía pedir nada, y ni siquiera a los de Yungas, pero se compensaba con los aportes de los de Chapare.

El vacío que deja el eclipse del cocalero no ha de ser muy dramático para los productores de papa del altiplano y ni siquiera para los productores de coca de Yungas. Ellos no tuvieron ninguna ventaja de las inversiones que hizo Morales en sus catorce años de rapiña.

Con una sola inversión en Chapare, la de Bulo Bulo, de 960 millones de dólares, supera todas las inversiones que pudo hacer en el altiplano y en Yungas y en el resto del país.

Los 300.000 empleados públicos que sumó al TSG quizá sientan el vacío, aunque lo han de olvidar cuando tomen en cuenta que ya no deben hacer aportes mensuales al “instrumento político”.

Los jefes de las logias cruceñas que se rindieron al masismo están ya buscando la forma de evadirse de la nostalgia, igual que los dueños de las bodegas tarijeñas que le hicieron honores, e incluso los burócratas internacionales que no se le resistieron.

Los medios de comunicación que estaban acostumbrados a cobrar por publicar cosas y por no publicar otras, quizá sientan el vacío, pero pronto todo eso se les borrará cuando hayan aprendido que el internet ha acabado con todos.

Pero nada más. Será el recuerdo de un accidente político. Un error histórico. Un tropezón.

Siglo21bolivia.com

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