Opinión

Crisis, un verbo común en tiempos de pandemia

23 de julio de 2020, 3:00 AM
23 de julio de 2020, 3:00 AM

Ante la crisis social, sanitaria y ambiental, producida por la imposición de una economía de muerte y la consiguiente multiplicación de modos de vivir malsanos, se discuten aquí las tesis sobre la base material de la vida y la cultura, como una herramienta para evaluar históricamente los desempeños de los gobiernos y trabajar un modelo indispensable de remozamiento de la conciencia crítica, desde una visión radicalmente renovadora, pero que mire la realidad sin dogmatismo, sin estridencias míticas y con un sentido de profunda autocrítica. (Bolivar Echeverria - Salud Colectiva).

La verdad es que tal vez no podamos comprender la magnitud del momento de este verbo “crisis” que vivimos. Solo basta con echarle una mirada a los deficientes números que arrojan las principales empresas del país, que les cuesta rearmarse para entrar a una normalidad atenida a la cuarentena, los encapsulamientos y el temor a este enemigo invisible, el cual cada vez se lleva más bolivianos y solo deja más interrogantes aún.

Para entender esta ola de sucesos es bueno ver el comportamiento del comercio exterior, tomando una de las puertas de entrada y salida de mercancía al país, como son los puertos chilenos, que arrojan porcentajes en negativo que rondan los -50 % con relación a años pasados. Pero este fenómeno ya viene anunciado hace tres años, simplemente que con la entrada en la partida del Covid-19 apresuró el deterioro del Comex y, por ende, de la economía boliviana.

Ahora se vive una crisis sanitaria que está desnudando un montón de pequeñas crisis que empiezan a calar en el desmoronamiento del Estado. La primera es el endeudamiento interno y externo que llega cerca de los $us 20.000 millones, este número sigue creciendo por la falta de liquidez para afrontar la pandemia.

Otro gran problema es el fuerte detrimento de la calidad del empleo, que vino manifestándose en las últimas dos décadas, pero se viene agudizando en los últimos dos meses. Este deterioro fue expresado por la creciente precarización laboral donde se genera, es decir en los sectores económicos.

Durante el período de bonanza y de mejora del crecimiento económico del país, las políticas estatales no fortalecieron la dinámica productiva interna y con ello la posibilidad de incidir en la creación de más empleos y en la mejora de su calidad. En el año 2001, 21 de cada 100 ocupados en las ciudades capitales del país tenían empleos precarios extremos, en 2017 este porcentaje se elevó a 51 de cada 100 ocupados, con mayor incidencia negativa en las mujeres y en los jóvenes. En este año, 76 de cada 100 asalariados tenían un empleo precario y 95 de cada 100 trabajadores por cuenta propia, del mundo informal, contaban con empleos precarios.

Una de las variables de la precariedad laboral es el no acceso a la seguridad social, que está dando lugar a una más alta mortalidad por la pandemia. Esto significa que los empleos no cuentan con la protección de seguros de salud y prestaciones sociales durante la vejez, es decir que hay una alto índice de trabajo en negro. Alrededor de 8 de cada 10 trabajadores en 2017 carecían de un seguro de salud y no aportaban al sistema de pensiones, dato que refleja la alta desprotección social en la que se encontraban las personas ocupadas.

Y para finalizar la tercera crisis que afronta Bolivia es el constante cambio de  gabinete y la falta de continuidad de medidas para combatir la crisis, que es una clara señal de la mala situación en la que nos encontramos con referencia a esta pandemia, ya que cada día se retira un ministro con la misma excusa de razones personales. Las tres crisis nos convocan a elevar la mirada y cuestionarnos cómo seguir adelante para hacer frente a este constante deterioro de la sociedad, economía y el bienestar de los bolivianos.

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